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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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Sentóse para descansar y encendió un cigarrillo. Se hallaba de nuevo con humor jovial y se le<br />

desató la lengua.<br />

–Si <strong>el</strong> cable aéreo resulta –dijo–, haríamos bajar por él <strong>el</strong> pinar entero. Instalaríamos un<br />

aserradero, cortaríamos tablas, postes, maderas de construcción y de carpintería, re-cogeríamos<br />

dinero a espuertas, montaríamos un astillero para construir un buque de tres mástiles, y, a<br />

continuación, toma¬ríamos las de Villadiego, arrojando una piedra por sobre <strong>el</strong> hombro ¡y a correr<br />

mundo!<br />

Le brillaban los ojos, rebosando visiones de mujeres le¬janas, de ciudades, de luces, de casas<br />

gigantescas, de má¬quinas, de barcos.<br />

–Ahora los cab<strong>el</strong>los me blanquean, los dientes se mue¬ven, no me queda tiempo que perder. Tú<br />

eres joven todavía, podrías aguardar con paciencia. Yo no. Palabra de honor: cuanto más viejo me<br />

voy poniendo, más intensos son mis deseos. ¡Que no me vengan a mí con que la vejez calma al<br />

hombre! ¡Ni con que al acercarse la muerte tiende <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo diciéndole: «Córtame la cabeza para ir<br />

cuanto antes al ci<strong>el</strong>o»! Yo, cada día que pasa me siento más reb<strong>el</strong>de. ¡No arrío pa¬b<strong>el</strong>lón, quiero<br />

conquistar <strong>el</strong> mundo!<br />

Se puso de pie y descolgó de la pared <strong>el</strong> santuri.<br />

–Ven conmigo un momentito –le dijo–. ¿Qué haces allí, colgado, sin hablar? ¡Cántame algo!<br />

No me cansaba de ver con cuántas precauciones, con qué ternura, desenvolvía <strong>Zorba</strong> <strong>el</strong><br />

instrumento de las t<strong>el</strong>as que lo cubrían. Parecía que estuviera mondando un higo, o desnu¬dando<br />

a una mujer.<br />

Apoyó <strong>el</strong> santuri en las rodillas, acarició ligeramente las cuerdas, inclinóse sobre él como si lo<br />

consultara acerca de la m<strong>el</strong>odía que había de sonar, como si le rogara que desperta¬se,<br />

solicitándolo por las buenas para que se dignara acom¬pañar a su alma afligida, fatigada de la<br />

soledad. Inició una canción: no le salía; la abandonó; comenzó otra; las cuerdas rechinaban como<br />

si sintieran un dolor, como si se negaran. <strong>Zorba</strong>, apoyado de espaldas en la pared, enjugóse <strong>el</strong><br />

sudor que de pronto le bañaba la frente.<br />

–No quiere... –murmuró, mirando con dolorida sor¬presa al instrumento–. No quiere.<br />

Lo envolvió de nuevo con todo cuidado, como si se tratara de un animalito salvaje y quisiera evitar<br />

su mordedura; se levantó lentamente y fue a colgarlo otra vez en su sitio.<br />

–No quiere... –murmuró nuevamente–. No hay que forzarlo.<br />

Volvió a sentarse en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, puso unas castañas en las brasas, y llenó los vasos de vino. Bebió,<br />

volvió a beber, quitó¬ la cáscara a una castaña y me la alcanzó.<br />

–¿Lo entiendes tú, patrón? Yo pierdo <strong>el</strong> hilo. Todas las cosas tienen su alma: la leña, las piedras, <strong>el</strong><br />

vino que se bebe y la tierra que se pisa. Todo, todo, patrón.<br />

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