Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
favor las acciones más merito¬rias, sí ¡<strong>el</strong> soplo de ese suspiro bastará para echarte de cabeza en <strong>el</strong><br />
infierno!»<br />
<strong>Zorba</strong> suspiró.<br />
–Si <strong>el</strong> infierno existe –dijo–, no me libro de caer en él y la única causa de mi perdición habrá sido<br />
aquélla. ¡No por haber robado, asesinado, cometido adulterio, no, no! Todo esto no significa nada.<br />
Dios lo perdona. Pero he de precipitarme en <strong>el</strong> infierno sólo porque aqu<strong>el</strong>la noche una mujer me<br />
esperaba y yo no acudí...<br />
Se levantó, encendió <strong>el</strong> fuego, guisó la comida. Me miró de reojo y sonrió desdeñosamente:<br />
–No hay peor sordo que <strong>el</strong> que no quiere oír –dijo.<br />
E inclinándose comenzó a soplar rabiosamente sobre la leña húmeda.<br />
IX<br />
Acortábanse los días, la luz solar se retiraba pronto y <strong>el</strong> corazón se angustiaba al caer de cada<br />
tarde. Sentía <strong>el</strong> primi¬tivo sobrecogimiento de los antepasados que veían en los meses de invierno<br />
la paulatina disminución de las fuerzas d<strong>el</strong> sol, tarde tras tarde. «Mañana se apagará d<strong>el</strong> todo»,<br />
pensa¬ban desesperados, y quedábanse la noche entera en las mon¬tañas, temblando de pavor.<br />
<strong>Zorba</strong> experimentaba igual inquietud, más honda y más primitivamente que yo. Para librarse de<br />
<strong>el</strong>las permanecía en <strong>el</strong> interior de la mina hasta que las estr<strong>el</strong>las fulguraran en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o.<br />
Había descubierto un magnífico filón de lignito, que no dejaba demasiada ceniza por residuo, de<br />
poca humedad y rico en calorías, lo que lo tenía contento. Pues al instante las posibles ganancias<br />
lograban en su imaginación maravillosas transformaciones: convertíanse en viajes, en mujeres, en<br />
nue¬vas aventuras. Esperaba con impaciencia <strong>el</strong> día en que los beneficios fueran suficientes, en<br />
que las alas –llamaba alas al dinero– adquirieran las fuerzas necesarias como para per¬mitirle fácil<br />
vu<strong>el</strong>o. Por eso, se pasaba noches enteras ensayan¬do <strong>el</strong> minúsculo t<strong>el</strong>eférico, en busca de la<br />
exacta pendiente, para que los troncos bajaran blandamente, blandamente, según decía, como<br />
llevados por áng<strong>el</strong>es.<br />
Un día, en una amplia hoja de pap<strong>el</strong> dibujó con lápices de colores la montaña, <strong>el</strong> bosque, <strong>el</strong> cable<br />
aéreo, los troncos que bajaban colgando de él, dotado cada uno de <strong>el</strong>los de dos grandes alas<br />
azules. En la pequeña bahía redondeada flotaban barcos negros con marinos verdes como<br />
cotorras y unas ma¬honas cargadas de troncos amarillos. Había cuatro monjes, uno en cada<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 86