Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
provo¬caba risa. Pero he aquí que ahora, en los días postreros, me voy ablandando, patrón, y<br />
vu<strong>el</strong>vo a creer... ¡Curioso bicho <strong>el</strong> hombre!<br />
Habíamos hollado la senda que llevaba a la casa de doña Hortensia y se nos alargaba <strong>el</strong> paso como<br />
a los caballos ham¬brientos que hu<strong>el</strong>en <strong>el</strong> pesebre.<br />
–¡Son en verdad astutos los padrecitos! –dijo <strong>Zorba</strong>–. Lo pescan a uno con <strong>el</strong> cebo d<strong>el</strong> vientre,<br />
¿quién se les esca¬paría? Durante cuarenta días, te dicen, no has de comer carne ni probar vino:<br />
ayuno. ¿Por qué? Para que se te acre¬ciente <strong>el</strong> deseo d<strong>el</strong> vino y de la carne, pues. ¡Ah, esos<br />
tocinos andantes son muy sabios en toda suerte de tretas!<br />
Apresuró <strong>el</strong> paso.<br />
–¡Sacude las zancas, patrón, que la pavita ha de estar ya a punto!<br />
Cuando pe<strong>net</strong>ramos en <strong>el</strong> cuartito de nuestra buena ami¬ga, donde saltaba a la vista <strong>el</strong> amplio<br />
lecho tentador, la mesa lucía <strong>el</strong> mant<strong>el</strong> blanco, la pavita asada humeaba con las patas al aire,<br />
separadas, y d<strong>el</strong> brasero surgía un calorcillo muy grato.<br />
Doña Hortensia se había rizado <strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo, vestía bata color rosa agostado; de anchas mangas y con<br />
puntillas des¬hilachadas. Una cinta de dos dedos de ancho, amarillo ca¬nario esta noche, le<br />
rodeaba <strong>el</strong> arrugado cu<strong>el</strong>lo. Habíase rociado los sobacos con agua de azahar.<br />
¡Cómo todo está perfectamente proporcionado en <strong>el</strong> mun¬do!, pensé. ¡Cuán adecuado <strong>el</strong> mundo<br />
al corazón humano! Ved ahí a esa vieja cantante que ha ido dando tumbos por todas partes;<br />
varada ahora en esta costa solitaria, concentra en la mísera pieza en que estamos toda la santa<br />
solicitud y <strong>el</strong> calor de corazón de la mujer.<br />
La cena, abundante y cuidada, <strong>el</strong> brasero encendido, <strong>el</strong> cuerpo adornado, empavesado, <strong>el</strong> aroma<br />
d<strong>el</strong> azahar, todos los mínimos goces corporales, tan humanos, ¡con qué sencillez y con qué<br />
prontitud se convertían en gran alegría d<strong>el</strong> alma!<br />
Mi corazón, de pronto, dio un salto. Sentía que no estaba solo, en esta v<strong>el</strong>ada solemne, no estaba<br />
enteramente solo, aquí, a orillas d<strong>el</strong> mar desierto. Una criatura femenina venía a mi encuentro,<br />
llena de abnegación, de ternura y de pacien¬cia: era la madre, la hermana, la mujer. Y yo, que<br />
estaba convencido de que no había necesidad de nada, comprendí de repente que sentía<br />
necesidad de todo.<br />
<strong>Zorba</strong>, por su parte, debía de experimentar parecida emo¬ción, pues en cuanto entramos se<br />
ad<strong>el</strong>antó y estrechó entre sus brazos a la empavesada cantante.<br />
–¡Nació Cristo! –exclamó–. ¡Yo te saludo, ejemplar femenino!<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 96