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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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–Tu tío se enoja –le dijo en voz queda–. Si la tuviera entre las manos, la cortaría en rebanadas,<br />

pobrecilla. ¡Dios la guarde!<br />

–¡Eh, tío Andruli! –dijo Manolakas–. Según parece, te has prendido tú también de las faldas de la<br />

viuda. ¿No te avergüenzas, tú, <strong>el</strong> pertiguero?<br />

–Atiende a lo que te digo, ¡Dios la conserve viva! ¿No notaste qué niñitos nacen en la aldea desde<br />

hace algún tiem¬po?... ¡Bendita sea la viuda, te digo! Es <strong>el</strong>la a modo de querida de toda la aldea:<br />

apagas la luz y te imaginas que no es tu mujer la que tienes entre los brazos, sino la viuda. Y por<br />

esa razón, ¿ves? nacen tan hermosas criaturas en la aldea.<br />

El tío Andruli calló un momento, luego continuó:<br />

–¡F<strong>el</strong>ices los muslos que la aprietan! –murmuró–. ¡Ah, viejo, si tuviera yo veinte años como Pavli,<br />

<strong>el</strong> hijo de Ma¬vrandoni!<br />

–¡No tardará en aparecer! –exclamó alguien riendo.<br />

Todos miraron hacia la puerta. Llovía a cántaros. El agua producía burbujitas en las piedras; de<br />

cuando en cuando unos r<strong>el</strong>ámpagos acuchillaban <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. <strong>Zorba</strong>, pasmado por <strong>el</strong> paso de la viuda,<br />

no pudo aguantar ya y me hizo señas de que nos marcháramos:<br />

–Ya no llueve, patrón. ¡Vamos!<br />

Apareció en la puerta un joven, descalzo, con <strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo en desorden, hoscas las miradas. Así<br />

presentan los pintores de iconos a san Juan Bautista, con los ojos desmesuradamente abiertos por<br />

<strong>el</strong> hambre y los éxtasis de la plegaria.<br />

–¡Salud, Mimito! –exclamaron algunos entre risas. Toda aldea cuenta con un inocente, y si no lo<br />

tiene a mano, lo inventa, para pasar <strong>el</strong> rato. Mimito era <strong>el</strong> inocente de la aldea.<br />

–Amigos –gritó Mimito con su habitual tartamudeo y tono afeminado–, amigos, la viuda Surm<strong>el</strong>ina<br />

perdió una oveja. ¡El que la encuentre llevará cinco litros de vino por recompensa!<br />

–¡Vete de aquí! –gritó <strong>el</strong> viejo Mavrandoni–, ¡vete de aquí!<br />

Asustado, Mimito se acurrucó en <strong>el</strong> rincón, junto a la puerta.<br />

–Siéntate, Mimito, ven y bebe un raki, no vayas a pillar un resfriado –dijo compasivo <strong>el</strong> tío<br />

Anagnosti–. ¿Qué sería de nuestra aldea sin su idiota?<br />

Otro joven, de aspecto enfermizo y ojos de color azul des¬lavado, apareció en <strong>el</strong> umbral, sin<br />

aliento, pegados los cabe¬llos a la frente, de los que goteaba <strong>el</strong> agua.<br />

–¡Salud, Pavli! –exclamó Manolakas–. ¡Salud, primito! Ten la bondad de acercarte....<br />

Mavrandoni se volvió, miró a su hijo, frunció <strong>el</strong> ceño.<br />

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