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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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Y se encaminó hacia la salida d<strong>el</strong> atrio.<br />

Incorporóse la viuda, despertando sus desfallecidas ener¬gías para lanzarse por la vía de salvación<br />

que ante sí veía abierta. Mas como un halcón cayó sobre <strong>el</strong>la Mavrandoni: la echó de espaldas,<br />

enrolló tres veces en su brazo los largos cab<strong>el</strong>los de la desdichada y de un tajo le cortó la cabeza.<br />

–¡Pongo sobre mi conciencia <strong>el</strong> pecado –exclamó. Y arrojó la cabeza al su<strong>el</strong>o, a la entrada de la<br />

iglesia. Luego se persignó.<br />

Volvióse <strong>Zorba</strong> y vio <strong>el</strong> horroroso espectáculo. Arrancóse un puñado de p<strong>el</strong>os d<strong>el</strong> bigote. Yo me<br />

acerqué y lo tomé d<strong>el</strong> brazo. Se inclinó a un lado, me miró: dos lagrimones pen¬dían de sus<br />

pestañas.<br />

–¡Vamos, patrón! –me dijo con voz ahogada.<br />

Esa noche no quiso probar bocado. Tengo la garganta anudada, decía, no paso cosa. Se lavó la<br />

oreja con agua fría, embebió en raki un poco de algodón y se vendó. Sentado en la cama, con la<br />

cabeza entre las manos, meditaba.<br />

Yo, tendido en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o junto a la pared, acodado, sentía que me corrían tibias y lentas por la<br />

mejilla las lágrimas. El cerebro no funcionaba en ninguna manera; no pensaba abso¬lutamente en<br />

nada. Como si me embargara una honda pena de niño, lloraba silenciosamente.<br />

De repente, <strong>Zorba</strong> alzó la caída cabeza y estalló; a gritos proseguía ahora <strong>el</strong> bravío monólogo<br />

interior de antes:<br />

–¡Te lo digo, patrón, todo cuanto ocurre en <strong>el</strong> mundo es injusto, injusto, injusto! ¡Yo no lo admito,<br />

yo, <strong>el</strong> gusano, yo la babosa que se llama <strong>Zorba</strong>! ¿Por qué han de morir los jóvenes y quedar en vida<br />

tanta vieja ruina? ¿Por qué se mueren los niñitos? Yo tenía uno, mi Dimitri pequeñín, y lo perdí a<br />

los tres años, y ¡nunca, nunca jamás, ¿me entiendes?, se lo perdonaré a Dios! Cuando yo muera, si<br />

osa ponerse en mi presencia, y es de veras un dios, tendrá que sonrojarse. ¡Sí, sí, tendrá que<br />

sonrojarse ante esta insignificante babosa de <strong>Zorba</strong>!<br />

Hizo una mueca como si sintiera algún dolor. Volvió a manar sangre la herida. Mordióse los labios<br />

para que no se escapara un grito.<br />

–Espera, <strong>Zorba</strong>, que te cambiaré la venda.<br />

Le lavé de nuevo la oreja con raki y con <strong>el</strong> agua de aza¬har que me había enviado la viuda embebí<br />

<strong>el</strong> algodón que puse sobre la herida.<br />

–¡Agua de azahar! –dijo <strong>Zorba</strong> oliendo con avidez <strong>el</strong> líquido–. ¡Ponme en los cab<strong>el</strong>los; así, muy<br />

bien! ¡Y en las manos, echa sin miedo!<br />

Recuperaba <strong>el</strong> ánimo. Yo lo contemplé asombrado.<br />

–Me parece estar en <strong>el</strong> huerto de la viuda –dijo.<br />

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