Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
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No debía faltar mucho para la hora d<strong>el</strong> alba cuando me alejé solo d<strong>el</strong> cuartito tibio, donde se veía<br />
un amplio lecho acogedor. Tomé <strong>el</strong> camino de regreso. La aldea, después de haber comido bien y<br />
bebido mejor, dormía con las puertas y ventanas cerradas, mientras v<strong>el</strong>aban su sueño grandes<br />
estre¬llas cent<strong>el</strong>leantes en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o invernal.<br />
Hacía frío, <strong>el</strong> mar bramaba; Venus estaba suspendida en oriente, danzarina y bravía. Iba yo a la<br />
vera de la costa, jugando con las olas: si se precipitaban con intención de mo-jarme, yo me<br />
esquivaba; me sentía f<strong>el</strong>iz y decía en mi interior:<br />
«He aquí la dicha verdadera: no tener ambición alguna y trabajar como un condenado, como<br />
acosado por todas las ambiciones. Vivir lejos de los hombres, no tener necesidad de <strong>el</strong>los y<br />
quererlos. Estar en Navidad y tras haber comido y bebido a gusto, irse uno solo a salvo de todas las<br />
acechan¬zas, con las estr<strong>el</strong>las sobre la cabeza, la tierra a la izquierda, <strong>el</strong> mar a la derecha, y<br />
advertir, de pronto, que en <strong>el</strong> corazón la vida ha realizado un postrer milagro: <strong>el</strong> de convertirse en<br />
un cuento de hadas.»<br />
Pasaban los días. Yo alardeaba ante mis propios ojos de fuerte y de valiente. Pero en los más<br />
ocultos repliegues d<strong>el</strong> corazón anidaba la tristeza. Durante la semana de fiestas, asaltaron mi<br />
pecho recuerdos de música lejana y de seres queridos. Una vez más comprobaba la verdad de la<br />
antigua leyenda: <strong>el</strong> corazón d<strong>el</strong> hombre es un foso lleno de sangre; a los bordes asómanse los<br />
muertos muy queridos y de bruces beben la sangre para reanimarse; cuanto más caros os son,<br />
mayor cantidad de sangre os beben.<br />
Víspera de Año Nuevo. Una banda de chicu<strong>el</strong>os de la aldea, llevando un gran barco de pap<strong>el</strong>,<br />
llegaron hasta nues¬tra cabaña y entonaron con voces agudas y alegres las kalan¬das: san Basilio<br />
arribaba de su tierra natal, Cesárea. Ahí estaba, en la playita cretense azul turquino. Apoyóse en su<br />
bastón; al instante, <strong>el</strong> bastón se cubrió de hojas y de flores y resonó <strong>el</strong> canto de año nuevo: «¡F<strong>el</strong>iz<br />
año, cristianos; que tu casa, amo, se vea colmada de trigo, de aceite de oliva y de vino; que tu<br />
mujer sostenga, cual columna de mármol, <strong>el</strong> tejado de la casa; que tu hija se case y dé a luz nueve<br />
hijos y una hija, y que los hijos de tu hija liberen a Constantino¬pla, la ciudad de nuestros reyes!»<br />
<strong>Zorba</strong> escuchaba, encantado; había cogido <strong>el</strong> tamboril de los niños y le arrancaba frenéticos sones.<br />
Yo miraba, escu¬chaba, sin hablar palabra. Sentía que de mi corazón se estaba desprendiendo una<br />
nueva hoja, otro año. Un paso más hacia la oscura fosa.<br />
–¿Qué te ocurre, patrón –preguntó <strong>Zorba</strong> en un inter¬valo de su cantar a voz en grito y d<strong>el</strong> sonar<br />
<strong>el</strong> tamboril–. ¿Qué te pasa, muchacho? Tienes la pi<strong>el</strong> de color gris, has envejecido<br />
repentinamente, patrón. Yo, al contrario, en días como éste vu<strong>el</strong>vo a ser niño, renazco como Jesús.<br />
¿Acaso no renace Él cada año? Pues lo mismo yo.<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 98