Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Metióse en <strong>el</strong> bolsillo los huevos rojos, alzó las medias de color de berenjena que se le caían y<br />
salió.<br />
Yo bajé de la colina y fui a tenderme en la arena fresca. Leve brisa soplaba, <strong>el</strong> mar se rizaba, dos<br />
gaviotas se posaron sobre la cresta de las olas pequeñas y se dejaron mecer por <strong>el</strong>las, abombando<br />
la pechuga y libradas al ritmo d<strong>el</strong> mar. Conjeturaba yo la satisfacción y <strong>el</strong> frescor que les procuraba<br />
<strong>el</strong> dejarse estar. Mientras las observaba iba diciendo para mí: «Ésa es la ruta: buscar <strong>el</strong> ritmo<br />
natural y entregarse a él con entera confianza.»<br />
Al cabo de una hora, regresó <strong>Zorba</strong>; se atusaba <strong>el</strong> bigote con semblante satisfecho.<br />
–Pilló un enfriamiento, la pobrecilla. No es nada. Estos días pasados de Semana Santa asistió a las<br />
vigilias, aun sien¬do una herejota como lo es, en honor mío. Y se enfrió. Le puse unas ventosas, le<br />
di fricciones de aceite, le di a beber una copita de ron, y mañana la tendremos en pie. ¡Vaya con la<br />
pindonga! ¡Había que oír los arrullos de palomita que exhalaba mientras le daba friegas, so<br />
pretexto de que le hacía cosquillas!<br />
Nos sentamos a la mesa; <strong>Zorba</strong> llenó los vasos:<br />
–¡Brindemos por <strong>el</strong>la, y que <strong>el</strong> diablo cargue con su alma lo más tarde que sea posible! –dijo<br />
enternecido.<br />
Comíamos y bebíamos sin hablar. La brisa nos traía, cual <strong>el</strong> zumbar de una abeja, los sones lejanos<br />
y apasionados de la lira campesina. C<strong>el</strong>ebrábase aún en las terrazas la re-surrección d<strong>el</strong> Señor; <strong>el</strong><br />
cordero pascual y las roscas de Pascuas se transformaban en canciones de amor.<br />
Después que hubo comido y bebido a su gusto, <strong>Zorba</strong> tendió al aire la orejota p<strong>el</strong>uda.<br />
–Oye la lira... –murmuró–. Están bailando en la aldea.<br />
Se levantó de repente. El vino se le subía a la cabeza.<br />
–¡Hombre! ¿Qué demonios hacemos aquí, solitos los dos, como cuclillos? ¡Vayamos a bailar! ¿O<br />
quieres que la fiesta se vu<strong>el</strong>va agua de borrajas? ¡Anda, ven! ¡Que se convierta en danza y<br />
canción! ¡<strong>Zorba</strong> ha resucitado!<br />
–Detente, condenado <strong>Zorba</strong>. ¿Has perdido <strong>el</strong> sentido?<br />
–Palabra de honor, por lo que a mí respecta, tanto me da, patrón. Pero me compadezco d<strong>el</strong><br />
cordero, de los huevos rojos, de la torta pascual, y de la crema de queso. Te juro que si no hubiera<br />
comido más que pan y aceitunas, diría ahora: «¡A dormir! ¿Qué necesidad hay de fiestas?» Pan y<br />
aceitunas ¿qué más pueden dar, no es así? Pero ahora sería pecado, te lo aseguro, que semejante<br />
comilona hubie¬ra sido en vano. ¡Vayamos a c<strong>el</strong>ebrar la Resurrección, ami¬go mío!<br />
–No me hallo dispuesto hoy. ¡Ve tú y baila por mí!<br />
<strong>Zorba</strong> me tomó d<strong>el</strong> brazo y me levantó.<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 190