Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
–¿El dueño? –repitió con voz sorda.<br />
–Sí.<br />
–¡Ven!<br />
Era día claro ya. <strong>Zorba</strong> estaba de regreso, sentado ante la cabaña. Al parecer, me esperaba,<br />
fumando y contemplan¬do <strong>el</strong> mar.<br />
En cuanto me vio, alzó la cabeza y apoyó en mí la mirada. Le palpitaron las fosas nasales como a<br />
un lebr<strong>el</strong>; tendió <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo, aspiró profundamente, como si me olfateara. Y, repentinamente, la<br />
satisfacción le resplandeció en <strong>el</strong> semblan¬te: había percibido en mí la hu<strong>el</strong>la de la viuda.<br />
Se levantó muy despacio, sonrió con todo su ser y tendió los brazos:<br />
–¡Yo te bendigo! –dijo.<br />
Me acosté; cerré los ojos. Oía <strong>el</strong> respirar tranquilo d<strong>el</strong> mar, con ritmo mecedor y parecíame que<br />
subía y bajaba flotando en la cresta de una ola como las gaviotas. Suave-mente mecido por aqu<strong>el</strong><br />
rumor, me adormecí y soñé: vi en sueños algo así como a una negra gigantesca en cuclillas, ante lo<br />
que me pareció antiguo templo ciclópeo de granito negro. Yo daba vu<strong>el</strong>tas en torno de <strong>el</strong>la para<br />
descubrir la entrada, angustiado; apenas si con toda mi estatura alzaba más que <strong>el</strong> dedo gordo de<br />
su pie. De pronto, al dar la vu<strong>el</strong>ta al talón de la negra, divisé una puerta tenebrosa semejante a<br />
una gruta; una voz tonante me ordenó: ¡Entra!<br />
Y entré.<br />
Cerca de mediodía desperté. El sol, colándose por <strong>el</strong> ventanuco, daba en las sábanas de la cama y<br />
hería con tal intensidad <strong>el</strong> cristal de un espejito colgado a la pared que parecía quebrarlo en mil<br />
pedazos.<br />
Volvióme a la memoria <strong>el</strong> sueño de la negra; <strong>el</strong> mar ron¬caba; cerré los ojos, sintiéndome f<strong>el</strong>iz. El<br />
cuerpo liviano y satisfecho, reposaba cual la fiera que salió de caza, atrapó la presa, la devoró y<br />
tendida al sol se r<strong>el</strong>ame. El alma, como otro cuerpo, descansaba también en su saciedad. Dijérase<br />
que para cada uno de los problemas vibrantes y complejos que la atormentaban había hallado<br />
maravillosa y sencilla solución.<br />
Toda la alegría de la noche anterior resurgía desde lo íntimo de mi ser, ramificándose e irrigando<br />
abundante¬mente la tierra de que estoy hecho. Tendido así, con los ojos cerrados, parecíame<br />
escuchar <strong>el</strong> crujido d<strong>el</strong> crecimiento de mi ser. Por vez primera percibí tan nítidamente esa noche<br />
que <strong>el</strong> alma es carne, más móvil, quizás, más diáfana, más libre, pero carne. Y que la carne es<br />
alma, un tanto soño¬lienta, fatigada por <strong>el</strong> largo andar, agobiada por pesadas cargas hereditarias.<br />
Sentí <strong>el</strong> paso de una sombra sobre mí; abrí los ojos: <strong>Zorba</strong> estaba en <strong>el</strong> umbral y me miraba<br />
contento.<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 193