13.05.2013 Views

Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

ni siquiera se volvió a mirarla. Le quitó a uno de los obreros un trozo de galleta de cebada y un<br />

puñadito de aceitunas.<br />

–¡Vamos, muchachos –gritó–, persignaos, en nombre de Dios!<br />

Y a largas zancadas se llevó consigo al equipo direc¬tamente hacia la montaña.<br />

No he de describir aquí <strong>el</strong> trabajo en la mina. Para eso sería necesaria mucha paciencia y yo<br />

carezco de <strong>el</strong>la. Había¬mos alzado, con cañas, mimbre y latas de nafta vacías, una barraca cerca<br />

d<strong>el</strong> mar. Al amanecer, <strong>Zorba</strong> se levantaba, cogía <strong>el</strong> azadón, entraba en la mina antes que los<br />

obreros, cavaba una galería, la abandonaba, encontraba una veta de lignito que brillaba como<br />

hulla y poníase a bailar jubiloso. Algunos días después la veta se agotaba y <strong>Zorba</strong> se echaba al<br />

su<strong>el</strong>o, de espaldas, y con los pies y las manos en alto le hacía la higa al ci<strong>el</strong>o.<br />

Había tomado a pecho <strong>el</strong> trabajo. Ya ni me consultaba. Desde los primeros días, toda<br />

preocupación, toda responsa¬bilidad, habían pasado de mi persona a la suya. Él se encar¬gaba de<br />

decidir y de ejecutar. Yo, de pagar los platos rotos. Lo que, por lo demás, no me disgustaba. Pues,<br />

bien lo ad¬vertía yo, esos meses habrían de quedar señalados en mi vida entre los más dichosos.<br />

Así, habida cuenta de todo, tenía clara conciencia de estar pagando mi f<strong>el</strong>icidad a muy poco<br />

precio.<br />

Mi abu<strong>el</strong>o materno vivía en una aldea de Creta. Cada ano¬checer tomaba la linterna y se iba a dar<br />

una vu<strong>el</strong>ta por <strong>el</strong> pueblo, para ver si acaso algún forastero había llegado; si así era, lo llevaba<br />

consigo a su casa, le servía abundante comida y buena bebida, y, luego, acomodándose en <strong>el</strong><br />

diván, encendía <strong>el</strong> largo chibuquí, y se dirigía a su huésped –para <strong>el</strong> que había llegado <strong>el</strong> momento<br />

de satisfacer la deuda¬– diciéndole imperiosamente:<br />

–¡Cuéntame!<br />

–¿Contarle qué, tío Mustoyoryi?<br />

–Lo que eres, quién eres, de dónde vienes, qué ciudades y aldeas vieron tus ojos, todo,<br />

cuéntam<strong>el</strong>o todo. ¡Vamos, habla!<br />

Y <strong>el</strong> huésped comenzaba a contar, revu<strong>el</strong>tamente, verda¬des y mentiras, mientras mi abu<strong>el</strong>o<br />

fumaba en <strong>el</strong> chibuquí, lo escuchaba atento y viajaba en su compañía, tranquilamente sentado en<br />

<strong>el</strong> diván. Y si <strong>el</strong> huésped le agradaba, decíale:<br />

–Mañana te quedas conmigo, no te marchas. Tienes to¬davía muchas cosas que contar.<br />

E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 42

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!