Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Una niñita descalza llegó corriendo. Vestía ropas ama¬rillas y estrechaba en la mano un huevo<br />
rojo. Se detuvo y me miró con ojos espantados.<br />
–Bien –le dije sonriendo para animarla–, ¿buscas algo?<br />
Resopló y me contestó con vocecilla jadeante:<br />
–Dice la señora que vayas. Está en cama. ¿Eres tú <strong>el</strong> que llaman <strong>Zorba</strong>?<br />
–Bien, gracias, iré.<br />
Le puse en la otra manita un huevo rojo; lo apretó contra sí y salió a todo correr.<br />
Me levanté y emprendí <strong>el</strong> camino. Los rumores de la aldea se aproximaban: dulce son de la lira,<br />
gritos, disparos de fusil, canciones alegres. Cuando llegué a la plaza, se hallaban reunidos mozos y<br />
mozas al pie de los álamos de follaje nuevecito y se aprontaban para la danza. Alrededor, sentados<br />
en bancos, los viejos apoyaban la barba en <strong>el</strong> puño d<strong>el</strong> bastón y miraban. Más atrás, las viejas, de<br />
pie. En medio de los bailarines dominaba <strong>el</strong> célebre tocador de lira, Fanurio, puesta una rosa de<br />
abril en la oreja. Con la mano izquierda sujetaba la lira apoyada en la rodilla, con la de¬recha<br />
probaba <strong>el</strong> arco adornado con rumorosos cascab<strong>el</strong>es.<br />
–¡Cristo resucitó! –les grité al pasar.<br />
–¡En verdad, ha resucitado! –respondió un coro jovial.<br />
Eché rápida mirada al conjunto: mozos bien plantados, de angosta cintura, vestían amplias bragas<br />
y llevaban atado a la cabeza <strong>el</strong> pañu<strong>el</strong>o, cuyas puntas les caían sobre la frente y las sienes como<br />
mechones rizados; mocitas, de collares hechos con monedas y ceñidas con pañoletas bordadas,<br />
que esperaban palpitantes, puestas las miradas en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o.<br />
–¿No te dignarás quedarte con nosotros, amo? –pre¬guntaron algunos.<br />
Yo pasé de largo.<br />
Doña Hortensia estaba en su gran cama, único mueble que le permaneciera fi<strong>el</strong>. Le ardían de<br />
fiebre las mejillas y tosía.<br />
No bien me vio suspiró quejosa:<br />
–¿Y <strong>Zorba</strong>, compadre, y <strong>Zorba</strong>?...<br />
–No anda bien. Desde <strong>el</strong> día en que enfermaste, cayó enfermo él también. Tiene continuamente<br />
en la mano tu retrato y no aparta los ojos de él, suspirando sin cesar.<br />
–Háblame, háblame aún... –murmuró la pobre sirena, cerrando los ojos, contenta.<br />
–Me envía a preguntarte si deseas algo. Él vendrá esta noche, me lo aseguró, aunque apenas<br />
puede tenerse en pie. No soporta <strong>el</strong> estar separado de ti.<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 195