Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
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¡Cuando decidas algo, sin miedo, ve ad<strong>el</strong>ante!<br />
¡Da riendas su<strong>el</strong>tas a tu mocedad anh<strong>el</strong>ante!...<br />
Y al conjuro de la voz, volaron los cuidados, huyeron las mezquinas preocupaciones, <strong>el</strong> alma se<br />
<strong>el</strong>evó hasta su propia cima. Lola, <strong>el</strong> carbón, <strong>el</strong> cable aéreo, la «eternidad», las menudas fatigas, así<br />
como las grandes, todo se convirtió en humo azul que se disipaba en <strong>el</strong> aire; sólo quedó allí un<br />
pájaro de acero, <strong>el</strong> alma humana que cantaba.<br />
–Yo te lo regalo todo, <strong>Zorba</strong> –exclamé en cuanto hubo dado fin a la canción altiva–, la cantante, <strong>el</strong><br />
teñido d<strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo, <strong>el</strong> dinero que derrochaste, todo, todo. ¡Sigue can¬tando!<br />
Alargó de nuevo <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo descarnado:<br />
¡Atrévete, no temas, y sea lo que fuere!<br />
¡Quien juega, gana o pierde; quien ama, vive o muere!<br />
Una decena de obreros que dormían cerca de la mina oye¬ron los cantos. Se levantaron, se<br />
acercaron furtivamente y se agazaparon en torno de nosotros. Escuchaban la tonada dilecta y<br />
sentían hormigueos en las piernas.<br />
Y de pronto, no pudiendo contenerse salieron de la som¬bra, medio desnudos, despeinados,<br />
puestas las amplias bra¬gas; formaron rueda en torno de <strong>Zorba</strong> y su santuri, y comen¬zaron a<br />
bailar sobre <strong>el</strong> rocoso su<strong>el</strong>o.<br />
Conmovido los miraba yo, sin decir nada.<br />
–H<strong>el</strong>o aquí, pensaba, <strong>el</strong> verdadero filón que yo buscaba. No me importa otro alguno.<br />
Al día siguiente, antes de aclarar, resonaban las galerías con los golpes de pico y los gritos de<br />
<strong>Zorba</strong>. Los obreros trabajaban con afán. Sólo <strong>Zorba</strong> podía darles tal impulso. A su lado, <strong>el</strong> trabajo<br />
se hacía vino, canto, amor y los embria¬gaba. La tierra cobraba vida en sus manos, las piedras, <strong>el</strong><br />
carbón, los leños, los obreros se ponían al ritmo de su acti¬vidad, y <strong>el</strong> combate se proseguía en las<br />
entrañas de la mina, a la blanca luz de las lámparas de acetileno, donde <strong>Zorba</strong> era caudillo y<br />
luchaba cuerpo a cuerpo al frente de sus hues¬tes. A cada galería le había dado nombre y en cada<br />
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