Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
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Una astilla se le clavó a Dometios en <strong>el</strong> muslo. Por un p<strong>el</strong>illo otra le saca un ojo al higúmeno. Los<br />
aldeanos habían desaparecido. Sólo la Virgen permanecía quieta en la roca empuñando la lanza y<br />
observando a los hombres con severa mirada. A su lado, con las verdes plumas erizadas, <strong>el</strong> pobre<br />
loro temblaba más muerto que vivo.<br />
Los monjes se llevaron a la Virgen, recogieron al lastima¬do Dometios entre ayes de dolor,<br />
volvieron a reunir las mulas, montaron en <strong>el</strong>las y tocaron retirada. El obrero encargado d<strong>el</strong> asador<br />
había desaparecido y <strong>el</strong> cordero se que¬maba entre las brasas.<br />
–¡Se nos carboniza! –gritó <strong>Zorba</strong> con gran inquietud acudiendo a salvarlo d<strong>el</strong> desastre.<br />
Me senté a su lado. Nadie quedaba en la playa, estábamos solos. Me dirigió una mirada insegura,<br />
vacilante: no sabía cómo tomaría yo las cosas ni en qué acabaría la aventura.<br />
Cortó una porción d<strong>el</strong> cordero, la probó, retiró en seguida d<strong>el</strong> fuego al animal y apoyó <strong>el</strong> asador<br />
contra un árbol.<br />
–¡Está en su punto, patrón! ¿Quieres probarlo?<br />
–Trae vino y pan –le dije–, que tengo apetito.<br />
<strong>Zorba</strong> saltó ágilmente, arrimó <strong>el</strong> barrilito cerca d<strong>el</strong> cor¬dero, trajo pan blanco y dos vasos.<br />
Tomamos un cuchillo cada uno, cortamos una tajada de asado, unas rebanadas de pan y nos<br />
dedicamos a masticar con avidez.<br />
–¿Ves qué bueno está, patrón? ¡Se derrite en la boca! En esta región no hay grandes pasturas y las<br />
bestias pacen hierbas secas; de ahí que la carne sea tan sabrosa. Recuerdo que sólo en cierta<br />
ocasión he comido carne de tanto sabor como ésta. Era en los tiempos, que tú sabes, en que<br />
llevaba bordada con mis cab<strong>el</strong>los una imagen de Santa Sofía... ¡Historias viejas!<br />
–¡Cuenta! ¡Cuenta!<br />
–¡Viejas historias, te digo, patrón! ¡Caprichos de <strong>griego</strong>, extravagancias de loco!<br />
–¡Anda, cuenta <strong>Zorba</strong>, que me agrada!<br />
–Pues bien, sea entonces. Los búlgaros nos tenían ro¬deados. Los veíamos en torno de nosotros,<br />
que encendían fuegos en la montaña. Para asustarnos, sonaban furiosamente los platillos y<br />
aullaban como lobos. Serían unos trescientos. Y nosotros, veintiocho, más <strong>el</strong> capitán Ruvas, ¡que<br />
Dios haya su alma, si ha muerto, pues era un buen muchacho!, nuestro jefe. «¡Eh, <strong>Zorba</strong>!», me<br />
dice. «Pon un cordero al asador.» «Resulta mucho mejor si se le cuece en un hoyo, capitán», le<br />
contesto: «Hazlo como quieras, pero de prisa, que hay apetito.» Cavamos un hoyo, lo forro con la<br />
pi<strong>el</strong> d<strong>el</strong> cordero, le coloco encima una capa de brasas, sacamos pan de las mochilas y nos<br />
sentamos alrededor d<strong>el</strong> fuego. «¡Qui¬zás sea <strong>el</strong> último que comamos», dice <strong>el</strong> capitán Ruvas.<br />
«¿Alguno de ustedes siente miedo?» Todos rieron, sin dig¬narse contestar a la pregunta. Alzamos<br />
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