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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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–¡Sí! –le respondí riendo. Y me levanté a su encuen¬tro–. Te manda memorias, dice que piensa en<br />

ti noche y día, que no puede comer ni dormir, que la separación le es penosa.<br />

–¿Nada más? –preguntó la inf<strong>el</strong>iz, desalentada.<br />

Me dio lástima. Saqué la carta d<strong>el</strong> bolsillo y simulé leerla. La vieja sirena abría la desdentada boca,<br />

le parpadeaban los ojillos, escuchaba respirando agitada.<br />

Fingí que leía, y cuando perdía <strong>el</strong> hilo simulaba hallarme en dificultades para descifrar la letra.<br />

«Ayer, patrón, fui a almorzar en un bodegón; tenía hambre. Cuando vi que entra¬ba una joven<br />

muy bonita, una verdadera diosa –¡Dios mío, qué parecida a mi Bubulina!–, se me llenaron de<br />

lágrimas los ojos, se me anudó la garganta y no pude pasar bocado. Me levanté, pagué y me fui. Y<br />

yo, que sólo pienso en los santos <strong>el</strong> treinta y seis de cada mes, salí corriendo y no paré hasta la<br />

capilla de San Minas, para encenderle un cirio. San Minas, le dije en mi plegaria, haz que reciba<br />

buenas nuevas d<strong>el</strong> áng<strong>el</strong> que adoro. Haz que pronto se junten, por fin, nuestras alas.»<br />

–¡Ji, ji, ji! –rió doña Hortensia, cuyo rostro se iluminó.<br />

–¿Qué te causa risa, mi buena amiga? –preguntéle inte¬rrumpiendo la lectura para recobrar <strong>el</strong><br />

aliento y combinar nuevas mentiras–. ¿Qué te causa risa? A mí me dan ganas de llorar.<br />

–Es que... si supieras... –cloqueó ahogando la risa.<br />

–¿Qué cosa?<br />

–Las alas... Así les llama <strong>el</strong> bandido a los pies. Así los llama cuando estamos a solas. Y dice que se<br />

junten nuestras alas… ¡Ji, ji, ji!<br />

–Escucha lo que sigue y quedarás embobada...<br />

Volví la página y nuevamente fingí que leía:<br />

«Hoy al pasar por frente a la tienda de un barbero, vi que éste salía y arrojaba al arroyo <strong>el</strong> agua<br />

jabonosa de la jofaina. Perfumó toda la calle. De nuevo recordé a mi Bubu-lina y me eché a llorar.<br />

No puedo seguir lejos de <strong>el</strong>la, pa¬trón. Enloquezco. Hasta me pongo a rimar versos. Antes de ayer,<br />

no pudiendo conciliar <strong>el</strong> sueño, le dediqué una breve poesía. Te ruego que se la leas para que<br />

comprenda cuán intenso es mi padecer:<br />

¡Ah, si nos encontráramos tú y yo en un sendero,<br />

tan amplio que cupiera en él nuestro penar!<br />

¡Aunque me rebanaran por entero,<br />

cada trocito de mi cuerpo, fiero<br />

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