Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
El amplio lecho que tantos servicios prestara, compañero fi<strong>el</strong>, había sido corrido hacia <strong>el</strong> medio de<br />
la habitación, tan reducida, que casi la llenaba. A la cabecera, se inclinaba intranquilo y pensativo<br />
<strong>el</strong> leal consejero privado, con <strong>el</strong> brazo verde, <strong>el</strong> bo<strong>net</strong>e amarillo, <strong>el</strong> ojo redondo y maligno, <strong>el</strong> loro.<br />
Contemplaba desde la jaula a su ama tendida y gemebunda e inclinaba un tanto a un lado la<br />
cabeza casi humana para escuchar.<br />
No, no, no eran ya ahogados suspiros de placer amoroso tantas veces oídos, ni tiernos arrullos de<br />
paloma, ni risas cosquillosas. Por vez primera veía aqu<strong>el</strong> sudor que rodaba en gotitas h<strong>el</strong>adas por<br />
<strong>el</strong> rostro de su ama, aqu<strong>el</strong>la cab<strong>el</strong>lera despeinada que se pegaba a las sienes, aqu<strong>el</strong>las<br />
contorsiones de dolor, y lo inquietaba la novedad d<strong>el</strong> espectáculo. Quería gritar: ¡Canavaro!<br />
¡Canavaro! pero no le obedecía la voz.<br />
Su desdichada dueña gemía dolorida; los brazos rugosos y blanduzcos alzaban y dejaban caer la<br />
sábana; parecía que se ahogaba. Sin afeites, abotagada, olía a sudor acre y a carne que empieza a<br />
echarse a perder. Los zapatos descalañados, deformes, asomaban bajo <strong>el</strong> lecho, y a su vista se<br />
oprimía <strong>el</strong> corazón. Más triste impresión causaban los zapatos que <strong>el</strong> estado de quien los usaba.<br />
<strong>Zorba</strong>, sentado a la cabecera de la enferma, contemplaba <strong>el</strong> par de zapatos sin poder apartar de<br />
<strong>el</strong>los la mirada. Apre¬taba los labios para evitar los sollozos que pugnaban por brotar. Entré, me<br />
senté detrás de él, sin que me oyera.<br />
La inf<strong>el</strong>iz respiraba con dificultad, sofocada, <strong>Zorba</strong> des¬colgó un sombrero adornado con rosas<br />
bordadas para abani¬carla. Agitaba la manaza muy rápida y desmañadamente, como si apantallara<br />
unos carbones húmedos para darles lumbre.<br />
Abrió <strong>el</strong>la espantados ojos y miró en torno de sí. Todo estaba oscurecido, no distinguía cosa<br />
alguna, ni siquiera a <strong>Zorba</strong> que la abanicaba con <strong>el</strong> florido sombrero.<br />
Todo era inquietante y sombrío; unos vapores azules sur¬gían d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o y variaban de formas,<br />
convirtiéndose en bocas reidoras, en pies ganchudos, en alas negras. Clavó las uñas en la<br />
almohada humedecida con lágrimas, saliva y sudor, y lanzó un grito clamoroso:<br />
–¡No quiero morirme! ¡No quiero!<br />
Las dos plañideras de la aldea, noticiosas d<strong>el</strong> estado en que se hallaba, acudieron; se deslizaron en<br />
la habitación y permanecieron sentadas en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, de espaldas a la pared.<br />
El loro fijó en <strong>el</strong>las <strong>el</strong> redondo ojo, irritóse, tendió <strong>el</strong> cue¬llo y gritó: «¡Canav...», pero <strong>Zorba</strong> alzó la<br />
mano con enojo hacia la jaula y <strong>el</strong> loro calló.<br />
De nuevo oyóse <strong>el</strong> clamor desesperado:<br />
–¡No quiero morirme! ¡No quiero!<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 209