Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Recuerdo a este respecto lo que me contaba <strong>Zorba</strong> en cierta ocasión:<br />
–Una noche, en una montaña de Macedonia, cubierta de nieve, me sorprendió tremendo<br />
vendaval. Sacudía con extre¬ma violencia la barraquilla en que yo me refugiara, empe¬ñado en<br />
derribarla. Pero yo la había afirmado bien. Sentado a solas ante <strong>el</strong> hogar encendido, reíame y<br />
desafiaba al ven¬tarrón a gritos: «¡No has de entrar en mi cabaña, no te he de abrir la puerta, no<br />
me apagarás <strong>el</strong> fuego, no lograrás nunca derribarme!»<br />
Estas palabras de <strong>Zorba</strong> me enseñaron cómo debe portarse <strong>el</strong> hombre y qué debe decir frente a la<br />
necesidad potente y ciega.<br />
Caminaba, pues, a toda prisa, por la orilla y desafiaba yo también al enemigo invisible, gritándole:<br />
«¡No has de entrar en mi alma, no te abriré las puertas, no lograrás apagar la llama que arde en<br />
<strong>el</strong>la ni me derribarás nunca!»<br />
No había asomado aún las narices <strong>el</strong> sol por encima de la montaña; matizaban juguetones colores<br />
al ci<strong>el</strong>o y al mar: verdes, rosas, nacarados; más allá, en los olivares, los pa¬jarillos despertaban y<br />
piaban ebrios de luz.<br />
Iba yo por la orilla d<strong>el</strong> agua, para despedirme de la soli¬taria ribera, para grabar su imagen en mi<br />
espíritu y llevár¬m<strong>el</strong>a por siempre conmigo.<br />
Muchas alegrías me procuró esta apartada costa; <strong>el</strong> haber vivido en <strong>el</strong>la con <strong>Zorba</strong><br />
ensanchándome <strong>el</strong> corazón; algunas de las palabras que le oyera fueron bálsamo de paz y sosiego<br />
para <strong>el</strong> alma. Ese hombre, de infalible instinto, de primitiva mirada como de ojo de águila, cortaba<br />
camino por atajos seguros y llegaba, sin perder <strong>el</strong> aliento, a la cima d<strong>el</strong> es-fuerzo; más allá d<strong>el</strong><br />
esfuerzo.<br />
Pasó un grupo de hombres y mujeres, cargados de cestos llenos y de bot<strong>el</strong>las de vino. Íbanse a los<br />
huertos, a c<strong>el</strong>ebrar <strong>el</strong> 1º de mayo. Una voz de moza surgió como agua de surtidor desgranando<br />
una canción. Una niña, de pecho precozmente henchido, pasó ante mí, jadeante, y se refugió en lo<br />
alto de una peña. Perseguíala un hombre de barbas negras, pálido, irritado.<br />
–¡Baja, baja...! –exclamaba con voz ronca.<br />
Pero la niña, con las mejillas encendidas, alzó los brazos, los cruzó por detrás de la cabeza y<br />
meciendo lentamente <strong>el</strong> cuerpo sudoroso, continuó con la canción:<br />
Dím<strong>el</strong>o en broma, con arrumacos dilo,<br />
Di que no me quieres, que a mí tanto me da...<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 237