Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
–¿Ha muerto?<br />
–Lo vi acostado en una roca. Lo iluminaba la luna. Me arrodillé a su lado y comencé a cortarle las<br />
barbas y lo que quedaba d<strong>el</strong> bigote. Mientras yo cortaba, él permanecía quie¬to. Llevado d<strong>el</strong><br />
entusiasmo le corté también los mechones de p<strong>el</strong>o; por lo menos una libra de p<strong>el</strong>o le quité. Al<br />
verlo así esquilado como una oveja, solté la risa: «¡Oye, señor Zaharia», le dije, «despierta y mira<br />
qué milagro hizo la Virgen!» ¡Que si quieres! ¡No se movía! Lo sacudo de nuevo ¡y nada! «¿No<br />
habrá liado los petates <strong>el</strong> pobre vie¬jo?», me pregunto. Le abro <strong>el</strong> hábito, desnudo <strong>el</strong> pecho, le<br />
pongo la mano en <strong>el</strong> corazón. ¿Tac, tac, tac? ¡Nada! La máquina estaba parada.<br />
Al paso que hablaba, volvíale la jovialidad a <strong>Zorba</strong>. La muerte por un instante lo dejó suspenso;<br />
pero pronto la colocó en <strong>el</strong> sitio que le correspondía.<br />
–¿Y qué hacemos ahora, patrón? Mi parecer es que le prendamos fuego. Quien a petróleo mata, a<br />
petróleo muere, ¿no lo dice así <strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io? Y con <strong>el</strong> hábito endurecido por la grasa amontonada<br />
en tanto tiempo de uso, y, además, impregnado de petróleo, arderá como un Judas de Jueves<br />
Santo.<br />
–Haz lo que quieras –dije incómodo.<br />
<strong>Zorba</strong> se sumió en intensa meditación.<br />
–¡Qué fastidio! –dijo por fin–. ¡Qué gran fastidio! La ropa, sí, arderá como una antorcha; pero él,<br />
pobre tipo, que no tiene más que pi<strong>el</strong> y huesos... Tan d<strong>el</strong>gado está que tardaría mucho en<br />
reducirse a cenizas. Ni siquiera una onza de grasa hay en él para ayudar al fuego.<br />
Meneando la cabeza, agregó:<br />
–Si existiera Dios, ¿no habría previsto <strong>el</strong> caso y no lo hubiera hecho bien gordito, con grasa en<br />
abundancia, para librarnos de fatigas? ¿Qué piensas tú?<br />
–No me enredes en esta historia, te he dicho. Haz lo que te parezca, y pronto.<br />
–Lo mejor sería que de todo este embrollo saliera algún milagro. Que los monjes se convencieran<br />
de que Dios mismo se hizo barbero y que después de afeitarlo le dio muerte en castigo de haber<br />
dañado al monasterio.<br />
Se rascó <strong>el</strong> cuero cab<strong>el</strong>ludo.<br />
–Sí, ¿pero qué milagro? ¿Qué milagro? Aquí quiero verte, <strong>Zorba</strong>.<br />
La luna en cuarto creciente, a punto de ocultarse, se halla¬ba al borde d<strong>el</strong> horizonte, de color de<br />
cobre en ignición.<br />
Cansado, me acosté. Cuando desperté al alba, vi junto a mí a <strong>Zorba</strong> que preparaba café. Estaba<br />
pálido y con los ojos enrojecidos e hinchados por haber pasado en v<strong>el</strong>a toda la noche. Pero los<br />
gruesos labios de macho cabrío sonreían con malicia.<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 227