Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
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Seculares recuerdos de c<strong>el</strong>ebraciones mágicas renacían en los espíritus de aqu<strong>el</strong>los campesinos.<br />
Todos fijaban la mira¬da en <strong>el</strong> pope, cual si esperaran verle en <strong>el</strong> trance de afron¬tar potencias<br />
invisibles y conjurarlas. Miles de años ha, <strong>el</strong> mago alzaba <strong>el</strong> brazo, hisopeaba <strong>el</strong> aire, murmuraba<br />
miste¬riosas palabras todopoderosas y los malos espíritus empren¬dían la fuga, en tanto que los<br />
espíritus benéficos saliendo d<strong>el</strong> agua, de la tierra, d<strong>el</strong> aire, acudían en ayuda d<strong>el</strong> hombre.<br />
Llegamos al hoyo abierto cerca d<strong>el</strong> mar, donde se planta¬ría <strong>el</strong> primer pilar d<strong>el</strong> t<strong>el</strong>eférico. Los<br />
obreros alzaron un gran tronco de pino y lo metieron verticalmente en <strong>el</strong> hoyo. El pope vistió la<br />
estola, tomó <strong>el</strong> isopo y mirando al poste pronunció las palabras d<strong>el</strong> exorcismo: «¡Qué quede fijo en<br />
la roca de modo que ni <strong>el</strong> viento ni <strong>el</strong> agua logren conmo-verlo!... ¡Amén!»<br />
–¡Amén! –atronó <strong>Zorba</strong>, persignándose.<br />
–¡Amén! –murmuraron los notables.<br />
–¡Amén! –dijeron los obreros, después.<br />
–¡Que Dios bendiga vuestro trabajo y os conceda los bienes de Abraham y de Isaac! –auguró <strong>el</strong><br />
pope; <strong>Zorba</strong>, en <strong>el</strong> mismo instante, le metía en la mano un billete de cien dracmas.<br />
–¡Yo te bendigo, hijo! –agregó <strong>el</strong> pope, satisfecho.<br />
Regresamos a la cabaña donde <strong>Zorba</strong> brindó a los invita¬dos vino y manjares ligeros de Cuaresma,<br />
pulpo asado, ca¬lamares fritos, habas hervidas, aceitunas. Después de haberlo englutido todo, los<br />
notables se fueron a sus casas: la cere¬monia mágica estaba terminada.<br />
–¡No lo hicimos mal! –comentó <strong>Zorba</strong> frotándose las manos.<br />
Se quitó las ropas domingueras para vestir las de traba¬jo, empuñó un pico y dirigiéndose a los<br />
obreros, exclamó:<br />
–¡Vamos, muchachos! Previa la señal de la cruz ¡ade¬lante!<br />
En toda la jornada, <strong>Zorba</strong> no paró. Trabajaba frenética¬mente. Cada cincuenta metros los obreros<br />
abrían un hoyo, plantaban postes orientando la hilera hacia la cima de la montaña. <strong>Zorba</strong> medía,<br />
calculaba, daba órdenes. No comió, ni fumó, ni resopló en todo <strong>el</strong> día. Estaba entregado de lleno a<br />
la tarea.<br />
–No son cosas que se hagan a medias –me decía a veces–. El decir las cosas a medias, ser bueno a<br />
medias, es causa de que <strong>el</strong> mundo ande a tumbos hoy en día. Marcha derecho hasta la meta,<br />
mísero hombre, pega fuerte, sin mie¬do, y vencerás. ¡Dios detesta mil veces más al semi-diablo<br />
que al archi-diablo!<br />
Al anochecer, de vu<strong>el</strong>ta d<strong>el</strong> trabajo, se echó en la arena, derrengado.<br />
–Aquí me duermo –dijo–. Aquí esperaré <strong>el</strong> día para reanudar <strong>el</strong> trajín. Pondré un turno de obreros<br />
a trabajar durante la noche.<br />
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