Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
a las mocitas que iban a la fuente. La vista ya no lo ayudaba: no distinguía bien las cosas.<br />
En¬tonces, se las componía llamando a las mozas: «Dime ¿quién eres tú?» «Lenio, la hija de<br />
Mastrandoni.» «Acércate, pues, que pueda tocarte. ¡Ven, no tengas temor!» Ella dominaba las<br />
ganas de reír y se acercaba. Mi abu<strong>el</strong>o alzaba la mano hasta la cara de la niña y la palpaba<br />
lentamente, golosamente. Y de sus ojos brotaban lágrimas. «¿Por qué lloras, abu<strong>el</strong>o?» le pregunté<br />
una vez. «¡Eh! ¿Crees tú que no es como para llorar, hijo mío, esto de saber que me estoy<br />
muriendo y dejo aquí tantas hermosas criaturas?»<br />
<strong>Zorba</strong> suspiró.<br />
–¡Ah, pobre abu<strong>el</strong>o mío, cómo te comprendo! A menudo ocurre que me digo: ¡Miseria! ¡Si por lo<br />
menos todas las mujeres bonitas murieran conmigo! ¡Pero esas cochinas se¬guirán viviendo,<br />
seguirán gozando de buena vida, los hom¬bres las estrecharán entre sus brazos, las besarán, y en<br />
tanto, <strong>Zorba</strong> estará convertido en polvo que <strong>el</strong>las hollarán!<br />
Sacó algunas castañas de las brasas, les quitó la cáscara, entrechocamos los vasos. Durante largo<br />
rato permanecimos allí, bebiendo y masticando sin prisa, como dos grandes co¬nejos, mientras<br />
oíamos a la distancia los bramidos d<strong>el</strong> mar.<br />
VII<br />
Permanecimos silenciosos junto al brasero, hasta muy entra¬da la noche. Comprendía yo<br />
nuevamente qué sencilla y fru¬gal es la f<strong>el</strong>icidad: un vaso de vino, una castaña, un mísero<br />
braserillo, <strong>el</strong> rumor d<strong>el</strong> mar. Nada más. Y sólo se requiere, para comprender que en eso se halla la<br />
f<strong>el</strong>icidad, un corazón igualmente sencillo y frugal.<br />
–¿Cuántas veces te has casado, <strong>Zorba</strong>? –pregunté.<br />
Ambos estábamos de buen humor, no tanto por lo que habíamos bebido, sino en razón de la gran<br />
dicha indecible que alentaba en nosotros. Percibíamos ambos, hondamente, cada uno a su<br />
manera, que éramos dos ínfimos insectos de vida efímera bien agarrados a la corteza terrestre;<br />
que había¬mos dado con un rincón acogedor, cerca d<strong>el</strong> mar, en un abrigo de cañas, de tablas y de<br />
latas, donde nos apretábamos uno contra otro; que teníamos a nuestro alcance cosas agra¬dables<br />
y víveres, y dentro de nosotros, la serenidad, <strong>el</strong> afecto y la seguridad.<br />
<strong>Zorba</strong> no oyó mi pregunta. Quién sabe por qué océanos, donde no podía llegarle mi voz, bogaba<br />
en ese momento. Alargando <strong>el</strong> brazo, lo toqué con <strong>el</strong> extremo de los dedos:<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 66