Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
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sentía muy sereno; todo lo tenía listo y esperaba. Había comprado una lata de petróleo y la tenía<br />
oculta en la capilla d<strong>el</strong> cementerio, bajo la mesa d<strong>el</strong> altar, para que <strong>el</strong> arcáng<strong>el</strong> Migu<strong>el</strong> la bendijera.<br />
»–Así, pues, ayer después de mediodía, desvainaba gui¬santes y pensaba en <strong>el</strong> Paraíso, diciendo:<br />
¡Jesús mío, concé¬deme que entre en <strong>el</strong> reino de los Ci<strong>el</strong>os y consiento en desvainar guisantes<br />
durante toda la eternidad en las cocinas d<strong>el</strong> Paraíso! En eso pensaba yo y me rodaban las lágrimas.<br />
De pronto oí sobre mi cabeza <strong>el</strong> batir de alas. Comprendí. Incliné la cabeza tembloroso. Y entonces<br />
escuché una voz: «Zaharia, alza la mirada, no temas.» Pero yo temblaba y me eché al su<strong>el</strong>o: «¡Alza<br />
la mirada, Zaharia!», ordenó la voz. Levanté la mirada y vi: la puerta se había abierto y en <strong>el</strong><br />
umbral aparecía <strong>el</strong> arcáng<strong>el</strong> Migu<strong>el</strong> tal como está pintado en la pared, sobre la puerta d<strong>el</strong><br />
santuario, idéntico: alas negras, sandalias rojas, aureola de oro. Sólo que en lugar de espada<br />
llevaba en la mano una tea encendida.<br />
»–«¡Salve, Zaharia!», me dijo. «¡Soy <strong>el</strong> servidor de Dios», contestéle, «ordena!»<br />
»–«¡Toma esta tea y que <strong>el</strong> Señor sea contigo!» Tendí la mano y sentí que la palma me quemaba.<br />
Pero <strong>el</strong> arcáng<strong>el</strong> había desaparecido. He visto solamente una línea de fuego en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, como la<br />
que deja una estr<strong>el</strong>la fugaz.<br />
El monje se enjugó <strong>el</strong> sudor d<strong>el</strong> rostro. Se había puesto pálido. Le castañeaban los dientes como si<br />
ardiera en fiebre.<br />
–¿Y después? –dijo <strong>Zorba</strong>–. ¡Ánimo monje!<br />
–En ese momento salían los padres de la iglesia y entra¬ban en <strong>el</strong> refectorio. Al pasar, <strong>el</strong> higúmeno<br />
me dio un punta¬pié como a un perro. Rieron la gracia los otros padres. Yo, calladito. Desde <strong>el</strong><br />
paso d<strong>el</strong> arcáng<strong>el</strong> quedaba en <strong>el</strong> aire como un olor a azufre, aunque nadie lo advertía. Sentáronse<br />
a la mesa. «Zaharia» me dijo <strong>el</strong> padre encargado de la mesa, «¿no vienes a comer?» Yo, siempre<br />
con la boca cerrada. «El pan de los áng<strong>el</strong>es le basta», dijo Dometios <strong>el</strong> sodomita. Los padres rieron<br />
de nuevo. Entonces me levanté y me fui al cementerio. Me arrojé de bruces a las plantas d<strong>el</strong><br />
arcáng<strong>el</strong>. Durante horas y horas sentí la presión de su pie en la nuca. Y <strong>el</strong> tiempo transcurrió como<br />
un r<strong>el</strong>ámpago. Así han de pasar las horas y los siglos en <strong>el</strong> Paraíso. Llegó la media¬noche. Todo<br />
estaba en calma. Los monjes acostados. Yo me levanté, hice la señal de la santa cruz y besé los<br />
pies d<strong>el</strong> arcáng<strong>el</strong>: «¡Cúmplase tu voluntad!», le dije. Tomé la lata de petróleo, la destapé. Llevaba<br />
atiborrado <strong>el</strong> hábito de trapos. Salí.<br />
»–La noche como tinta. La luna no se había levantado aún. El monasterio negro como <strong>el</strong> infierno.<br />
Entré en <strong>el</strong> patio, subí la escalera, llegué hasta la c<strong>el</strong>da d<strong>el</strong> higúmeno, regué de petróleo puerta,<br />
ventanas, muros. Corríme a la de Do¬metios y desde allí empecé a echar petróleo a las c<strong>el</strong>das y a<br />
la larga galería de madera, tal como me lo indicaste. Y lue¬go entré en la iglesia, puse un cirio ante<br />
la imagen de Cristo y di fuego a todo.<br />
Sofocado, calló <strong>el</strong> monje. Le echaban chispas los ojos.<br />
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