Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
«Si alguna vez se encuentra en <strong>el</strong> camino con Manolakas, pensé, no cabe duda de que <strong>el</strong> coloso<br />
cretense lo acometerá con saña. Dicen que estos días pasados no salió de su casa, que ruge sin<br />
parar, que no se anima a presentarse en la aldea y que jura que si da con <strong>Zorba</strong> “lo desgarra a<br />
dente¬lladas como a una sardina”. Anoche, uno de los obreros lo vio mientras rondaba armado<br />
alrededor de la cabaña. Si se encuentran esta noche, ocurrirá una desgracia.»<br />
Me levanté de un salto, vestíme y a toda prisa me dirigí hacia la aldea. La noche suave, húmeda,<br />
tenía <strong>el</strong> aroma d<strong>el</strong> al<strong>el</strong>í silvestre. Al cabo de un instante divisé en la sombra la figura de <strong>Zorba</strong>, que<br />
caminaba lentamente, como si estuviera cansado. De tanto en tanto, detenía la marcha para<br />
contemplar las estr<strong>el</strong>las y escuchar los rumores nocturnos; luego reanudaba <strong>el</strong> andar con paso<br />
algo más vivo; yo oía <strong>el</strong> golpear d<strong>el</strong> bastón en las piedras d<strong>el</strong> camino.<br />
Íbase acercando al huerto de la viuda. Embalsamaban <strong>el</strong> aire las flores d<strong>el</strong> limonero y de la<br />
madres<strong>el</strong>va. En ese mo¬mento desde los naranjos d<strong>el</strong> huerto llegó, como claro manar de agua<br />
cantarina, la m<strong>el</strong>odía conmovedora d<strong>el</strong> ruiseñor. Cantaba, desgranaba sus trinos en las tinieblas, y<br />
<strong>el</strong> corazón se le encogía a uno en <strong>el</strong> pecho. <strong>Zorba</strong> se detuvo de repente, impresionado por la<br />
dulzura de aqu<strong>el</strong> canto.<br />
Sorpresivamente, los juncos que formaban <strong>el</strong> cerco se sepa¬raron; las afiladas hojas produjeron <strong>el</strong><br />
rumor de aceros que chocan.<br />
–¡Eh, compadre! –dijo una voz dura y agresiva–; ¡eh, viejo chocho, al fin te veo!<br />
Se me h<strong>el</strong>ó la sangre en las venas. Sabía quién hablaba así.<br />
Dio un paso <strong>Zorba</strong>, alzó <strong>el</strong> bastón y se detuvo de nuevo. Al fulgor de las estr<strong>el</strong>las, yo veía sus<br />
movimientos.<br />
De un brinco, <strong>el</strong> gigantesco mozo estuvo fuera d<strong>el</strong> cerco.<br />
–¿Quién anda ahí? –preguntó <strong>Zorba</strong> alargando <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo.<br />
–Soy yo, Manolakas.<br />
–¡Sigue tu camino, vete!<br />
–¿Por qué me has humillado?<br />
–No he sido yo quien te ha humillado, Manolakas. Vete, te digo. Eres valiente; pero la suerte te fue<br />
adversa; la suerte es ciega ¿no lo sabes?<br />
–Que sea la suerte o que no lo sea, que sea ciega o no –dijo Manolakas, y yo le oía rechinar los<br />
dientes–, quiero lavar la afrenta. Ahora mismo. ¿Tienes cuchillo?<br />
–No –respondió <strong>Zorba</strong>–, sólo <strong>el</strong> bastón.<br />
–Ve a buscar un cuchillo. Te espero aquí. ¡Ve!<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 204