Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
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El cerdo iba y venía por d<strong>el</strong>ante de nosotros mirándonos furibundo.<br />
–¡A fe mía, parece que comprendiera que lo estamos co¬miendo! –agregó <strong>el</strong> tío Anagnosti, a<br />
quien <strong>el</strong> poquillo de vino bebido volvía locuaz.<br />
En tanto, nosotros, tranquilamente, muy satisfechos, co¬míamos cual caníbales bebiendo <strong>el</strong> rojo<br />
vino, y contemplá¬bamos, al través de las hojas plateadas d<strong>el</strong> olivo, <strong>el</strong> mar que <strong>el</strong> sol poniente<br />
estaba pintando de rosa.<br />
Cuando al caer la noche, dejamos la casa d<strong>el</strong> decano de la aldea, <strong>Zorba</strong>, también locuaz, sentía que<br />
le hormigueaba la lengua.<br />
–¿Recuerdas lo que hablamos anteayer, patrón? Tú de¬cías que te gustaría iluminar <strong>el</strong> espíritu d<strong>el</strong><br />
pueblo, abrirle los ojos. Pues bien ¡mira! Para tu placer no tienes sino que abrir¬le los ojos al tío<br />
Anagnosti. ¿Viste cómo su mujer se estaba d<strong>el</strong>ante de él, esperando órdenes, como un perrillo<br />
amaes¬trado? Ve tú, ahora, a predicarle que la mujer tiene iguales derechos que <strong>el</strong> hombre y que<br />
es una cru<strong>el</strong>dad inaudita <strong>el</strong> que te comas un trozo de la carne d<strong>el</strong> cerdo mientras <strong>el</strong> cerdo vivo se<br />
queja de dolor en tu presencia, y que es una gran idiotez <strong>el</strong> dar gracias a Dios por <strong>el</strong> hecho de que<br />
Él lo posea todo y tú te mueras de hambre. ¿Qué saldría ganando ese pobre diablo d<strong>el</strong> tío<br />
Anagnosti con todas tus ridiculeces explicativas? Sólo disgustos le traerías con <strong>el</strong>las. ¿Y qué<br />
beneficio podría obtener la tía Anagnosti? Sería <strong>el</strong> comienzo de riñas enconadas, la gallina<br />
pretendería convertirse en gallo y la pareja habría de trenzarse en lucha a picotazos,<br />
desplu¬mándose mutuamente... Deja en paz a la gente, patrón, no les abras los ojos. Si acaso se<br />
los abrieras, ¿qué verían? ¡La miseria propia! Déjas<strong>el</strong>os, pues, bien cerrados, para que sigan con<br />
sus sueños.<br />
Se calló un minuto, rascóse la cabeza. Meditaba.<br />
–A menos, dijo después, a menos que...<br />
–Veamos adónde nos lleva ese «a menos que...»<br />
–A menos que cuando abran los ojos puedas mostrarles un mundo mejor que <strong>el</strong> de las tinieblas en<br />
que ahora se pavonean... ¿Puedes mostrárs<strong>el</strong>o?<br />
Yo no lo sabía. Sabía qué cosas se derribarían, pero no lo que se construiría después sobre las<br />
ruinas. Eso nadie puede saberlo con certeza, pensé. El mundo viejo está ahí, palpable, sólido, lo<br />
vivimos y luchamos con él a brazo partido, existe. El mundo futuro no ha nacido todavía, es<br />
inasible, fluido, forjado con la luz con que se tejen los sueños, nube que los soplos violentos d<strong>el</strong><br />
aire sacuden: <strong>el</strong> amor, <strong>el</strong> odio, la imaginación, la casualidad, Dios... El más grande de los profetas<br />
sólo puede dar a los hombres una palabra que les sirva de santo y seña y cuanto más vaga la<br />
palabra, más grande <strong>el</strong> profeta.<br />
<strong>Zorba</strong> me observaba sonriendo burlonamente. Sentí enojo:<br />
–Tengo uno –respondí, picado.<br />
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