Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Reapareció <strong>el</strong> padre Dometios con las manos juntas y ten¬didas hacia ad<strong>el</strong>ante, cual si fuera<br />
portador d<strong>el</strong> cáliz consagrado.<br />
–¡Aquí está! –dijo entreabriendo las manos con pre¬caución.<br />
Me acerqué a él. Una estatuilla de Tanagra sonreía coque¬tamente, medio desnuda, entre las<br />
gordas palmas d<strong>el</strong> monje. Con la única mano que le quedaba intacta sosteníase la cabeza.<br />
–Si señala la cabeza –dijo Dometios–, es porque tiene encerrada en <strong>el</strong>la alguna piedra preciosa,<br />
quizás un diamante o una perla. ¿Qué opinas tú?<br />
–Yo opino –interrumpió un monje atrabiliario– que le du<strong>el</strong>e la cabeza.<br />
Pero <strong>el</strong> gordo Dometios me observaba con <strong>el</strong> b<strong>el</strong>fo colgante como <strong>el</strong> de un cabrón, y esperaba<br />
impaciente.<br />
–Tengo ganas de romperla para ver... No puedo conci¬liar <strong>el</strong> sueño por esta duda. ¿Si guardara<br />
algún diamante?<br />
Yo miraba a la graciosa jovenzu<strong>el</strong>a de tetas erguidas, desterrada en este lugar extraño, entre humo<br />
de incienso y dioses crucificados que abominan de la carne, de la risa, d<strong>el</strong> beso. ¡Ah, si me fuera<br />
dado salvarla!<br />
<strong>Zorba</strong> tomó la estatuilla de barro, palpó <strong>el</strong> menudo cuerpo de mujer, deteniendo los dedos<br />
temblorosos en los pechos firmes y erectos.<br />
–¿Acaso no adviertes, monje –dijo–, que éste es <strong>el</strong> diablo? Es <strong>el</strong> mismísimo diablo en persona, no<br />
hay duda posible. ¡Si lo conoceré yo al maldito! Mírale <strong>el</strong> pecho, padre Dometios, redondo, firme,<br />
fresco. ¡Así es <strong>el</strong> pecho d<strong>el</strong> diablo, yo te lo aseguro porque lo sé muy bien!<br />
La figura de un monje joven se dibujó en la puerta. El sol le alumbró los dorados cab<strong>el</strong>los y <strong>el</strong><br />
rostro ovalado de fino v<strong>el</strong>lo.<br />
El monje de lengua viperina guiñó un ojo al padre hospe¬dador. Ambos sonrieron maliciosamente.<br />
–Padre Dometios –dijeron–, tu novicio, Gavrili.<br />
El padre se apoderó al instante de la mujercilla de barro y se dirigió rodando como un ton<strong>el</strong> hacia<br />
la puerta. El hermoso novicio marchaba ad<strong>el</strong>ante, en silencio, contoneán¬dose. Desaparecieron<br />
ambos en <strong>el</strong> largo corredor desman¬t<strong>el</strong>ado.<br />
Con un ademán le indiqué a <strong>Zorba</strong> que saliéramos al patio. Hacía calor. En medio d<strong>el</strong> patio un<br />
naranjo en flor perfu¬maba <strong>el</strong> aire. Junto a él, de una antigua cabeza de carnero esculpida en<br />
mármol manaba agua murmullante. Puse la cabeza bajo <strong>el</strong> chorro y me refresqué.<br />
–Dime, ¿qué bichos son éstos? –preguntó <strong>Zorba</strong> con gesto de asco–. Ni hombres, ni mujeres.<br />
¡Mulos! ¡Puah! ¡Ojalá los cu<strong>el</strong>guen a todos!<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 159