Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Llegué al mar. Caminaba muy junto al agua a paso rápido. ¡Cuán angustioso es caminar uno solo<br />
por la orilla d<strong>el</strong> mar! Cada ola, cada pájaro d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o os llaman para recordaros vuestro deber.<br />
Cuando vais acompañados, riendo y char¬lando, no oís lo que dicen olas y pájaros. Puede ser,<br />
también, que no digan nada. Os miran mientras pasáis envu<strong>el</strong>tos en vanas chácharas, y callan.<br />
Me tendí en la arena seca, cerré los ojos. ¿Qué es <strong>el</strong> alma, pensé, y qué vínculo oculto hay entre<br />
<strong>el</strong>la y <strong>el</strong> mar, las nubes, los perfumes? Como si <strong>el</strong> alma se convirtiera de repente en mar, nube y<br />
perfume...<br />
Al rato me levanté y reanudé la marcha decidido. ¿De¬cidido a qué? Lo ignoraba. Una voz me<br />
sorprendió detrás de mí:<br />
–¿A dónde vas, guiado por Dios, amito? ¿Al monas¬terio?<br />
Volví la cabeza. Un anciano robusto, rechoncho, sin bas¬tón, con <strong>el</strong> pañu<strong>el</strong>o anudado en torno de<br />
los blancos cab<strong>el</strong>los, agitaba la mano, a guisa de saludo, sonriente. Seguíale una vieja y detrás de<br />
<strong>el</strong>la la hija de ambos, una morenita de ojos bravíos, que llevaba cubierta la cabeza con blanca<br />
mantilla.<br />
–¿Al monasterio? –preguntó nuevamente <strong>el</strong> viejo.<br />
Y al instante me di cuenta de que lo que tenía decidido sin saberlo era precisamente encaminarme<br />
hacia allá. Meses hacía que deseaba visitar <strong>el</strong> convento de monjas, pequeñito, edifi¬cado junto al<br />
mar; pero nunca me resolví a cumplir tal pro¬pósito. Ahora, mi cuerpo, sin intervención de la<br />
conciencia, había decidido cumplirlo.<br />
–Sí –respondí–, voy al monasterio a escuchar las le¬tanías de la Virgen.<br />
–¡Así Ella te tenga en su santa gracia!<br />
Apuró <strong>el</strong> paso para juntarse conmigo.<br />
–¿Eres tú de la Compañía, que dicen, d<strong>el</strong> carbón?<br />
–Yo soy.<br />
–¡Pues que la Santísima Virgen te conceda gran prove¬cho! Siembras <strong>el</strong> bien en la aldea, das de<br />
comer a muchas familias pobres. ¡Bendito seas!<br />
Y, al cabo de un instante, <strong>el</strong> malicioso anciano que no debía de ignorar la pésima marcha de los<br />
negocios, agregó estas palabras consoladoras:<br />
–Y aunque no saques provecho alguno, hijo, no te aflijas. Que saldrás ganando: tu alma volará<br />
derechito al Paraíso...<br />
–Precisamente a eso aspiro, abu<strong>el</strong>o.<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 138