Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
ángulo d<strong>el</strong> dibujo, de cuyas bocas salían unas cintas rosas con esta inscripción en letras<br />
mayúsculas negras: «¡Oh, Señor, cuán infinita es tu grandeza y cuán admirables tus obras!»<br />
Desde hacía unos días, <strong>Zorba</strong> encendía a toda prisa <strong>el</strong> fue¬go, guisaba, comíamos y se marchaba<br />
enseguida por <strong>el</strong> cami¬no d<strong>el</strong> pueblo. Unas horas después regresaba muy cejijunto.<br />
–¿Dónde estuviste, <strong>Zorba</strong>? –le preguntaba.<br />
–No te preocupes, patrón –decía, y buscaba otro tema de conversación.<br />
Una noche, al volver, me interrogó ansioso:<br />
–¿Hay o no hay Dios? ¿Qué dices tú, patrón? Y si lo hay, todo puede ser, ¿cómo lo imaginas?<br />
Yo me encogí de hombros sin responder.<br />
–Yo, no te rías, patrón, me represento a Dios muy seme¬jante a mí. Sólo que más grande, más<br />
fuerte, más chiflado. Y por añadidura, inmortal. Está cómodamente sentado en pi<strong>el</strong>es de carnero<br />
muy mu<strong>el</strong>les y por cabaña tiene <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. No de hojalata como la nuestra, sino de nubes. Lleva en la<br />
mano derecha, no una espada ni una balanza, que estos instrumen¬tos son propios de carniceros<br />
o especieros; lleva él una gran esponja embebida en agua, como en lluvia un nubarrón. A su<br />
derecha, <strong>el</strong> Paraíso; a su izquierda, <strong>el</strong> Infierno. Y cuando <strong>el</strong> alma se acerca, pobrecilla, desnuda,<br />
pues ha perdido su man¬to, <strong>el</strong> cuerpo, y tiritando, Dios la mira, riéndose para su barba, aunque<br />
con simulado aspecto de espantajo, y le dice: «¡Ven para acá», con voz serena, «ven para acá,<br />
maldita!» y da comienzo al interrogatorio. El alma se postra a los pies d<strong>el</strong> Señor. «¡Perdóname!»,<br />
exclama. «¡He pecado!» Y ahí la ves enumerando los pecados que ha cometido. Es una re¬tahíla<br />
que no acaba nunca. Dios se harta de oírla. Bosteza. «¡Calla ya», le grita, «que me das jaqueca!» Y<br />
¡zas!, la es¬ponja de un golpe borra todos los pecados. «¡Hala, márchate, vete al Paraíso», le dice.<br />
«Pedrín, deja que entre ésta tam¬bién ¡pobrecilla!»<br />
»–Pues debes decirte, patrón, que Dios es un gran señor, y la nobleza sólo significa perdonar.<br />
Aqu<strong>el</strong>la noche, lo recuerdo, mientras <strong>Zorba</strong> ensartaba tantos disparates, no desprovistos de<br />
hondura, yo me reía. Pero aqu<strong>el</strong>la «nobleza» de Dios, se entraba en mí, maduraba, en su esencia<br />
compasiva, generosa, omnipotente.<br />
Otra noche lluviosa, mientras estábamos encerrados en la cabaña, entretenidos en asar castañas<br />
en <strong>el</strong> brasero, <strong>Zorba</strong> dirigió hacia mí la mirada, me contempló largo rato como si tratara de hallar<br />
solución a un gran misterio, y al fin, sin poder contenerse, me dijo:<br />
–Querría saber, patrón, qué demonios ves en mí que no me agarras de una oreja y me arrojas a la<br />
calle. Ya te he dicho que me apodan «Mildiú» porque por dondequiera que pase no dejo piedra<br />
sobre piedra... Tus asuntos se irán al diablo. ¡Échame a la calle, te digo!<br />
–Me agradas –le contesté–. No busques más razones.<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 87