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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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Alzó <strong>el</strong> vaso.<br />

–¡A tu salud!<br />

Lo vació y lo llenó de nuevo.<br />

–¡La perra de la vida! –murmuró–. ¡Grandísima pe¬rra! Ella también es como la tía Bubulina.<br />

Yo me eché a reír.<br />

–Escucha lo que te digo, patrón, y no te rías. La vida es como la tía Bubulina. Es vieja, ¿no?, y sin<br />

embargo, no ca¬rece de atractivos. Sabe ciertos trucos que te hacen perder <strong>el</strong> seso. Cerrando los<br />

ojos, imaginas apretar entre los brazos a una mocita de veinte años. ¡Y tiene veinte años, te lo<br />

ase¬guro, viejo, cuando estás entusiasmado y apagaste la luz!<br />

»–Me dirás que está un tanto pasadita, que ha vivido una vida muy agitada, que corrió la tuna con<br />

almirantes, marine¬ros, soldados, campesinos, forasteros, popes, pescadores, gen¬darmes,<br />

maestros de escu<strong>el</strong>a, predicadores, jueces de paz. ¡Bien, y qué! ¿Qué importa eso? Si <strong>el</strong>la olvida<br />

pronto, la perdida. No se acuerda de ninguno de sus amantes, vu<strong>el</strong>ve a ser en cada ocasión, y no lo<br />

digo en broma, ¿sabes?, una inocente paloma, una palomita blanca, un pichoncito, y se ruboriza, y<br />

tiembla como si fuera la primera vez. ¡Qué mis¬terio es la mujer, patrón! Aunque caiga mil veces,<br />

mil veces vu<strong>el</strong>ve a levantarse virgen. ¿Cómo así, me dirás? Pues, sen¬cillamente porque no se<br />

acuerda.<br />

–Pero <strong>el</strong> loro se acuerda, <strong>Zorba</strong> –dije por impacientar¬lo–. Grita a cada instante un nombre que no<br />

es <strong>el</strong> tuyo. ¿No te enoja que en <strong>el</strong> preciso instante en que tocas <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o con la mano, <strong>el</strong> loro grite:<br />

¡Canavaro! ¡Canavaro!, no te dan ganas de cogerlo por <strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo y estrangularlo? Al fin de cuentas,<br />

ya es tiempo de que le enseñe a gritar: ¡<strong>Zorba</strong>! ¡<strong>Zorba</strong>!<br />

–¡Oh, vaya unas antiguallas! –exclamó <strong>Zorba</strong>, cubrién¬dose los oídos con las manazas–. ¿Que lo<br />

estrangule, dices? ¡Si a mí me agrada oír que grita <strong>el</strong> nombre ése! Por la noche, es cierto, la hereje<br />

cu<strong>el</strong>ga la jaula de la cabecera d<strong>el</strong> lecho y <strong>el</strong> muy puerco d<strong>el</strong> animalito tiene unos ojos que<br />

atraviesan la oscuridad; y apenas nos ve en tren de explica¬ciones, no deja de gritar: ¡Canavaro!<br />

¡Canavaro!<br />

»–Pues bien, patrón, te juro que en <strong>el</strong> mismo instante... Pero ¿cómo podrías tú entenderlo con ese<br />

espíritu dañado por los libros? Te juro que siento como si calzaran botas lustradas mis patas, y<br />

luciera mi cabeza las plumas d<strong>el</strong> tri¬cornio, y tuviera una barba perfumada de ámbar. ¡Buon<br />

giorno! ¡Buona sera! ¿Mangiate maccheroni? Me convierto en Canavaro vivito y coleando. Me veo<br />

en mi barco almi¬rante atravesado por la metralla y ¡avanti!... ¡echad carbón a las máquinas! ¡El<br />

cañoneo comienza!<br />

<strong>Zorba</strong> reía a carcajadas. Cerró <strong>el</strong> ojo izquierdo y me miró.<br />

–Tienes que disculparme, patrón. Yo me parezco a mi abu<strong>el</strong>o, <strong>el</strong> capitán Alejo. ¡Dios lo haya en su<br />

gloria! A los cien años de edad, sentábase al anochecer ante la puerta de su casa para echar <strong>el</strong> ojo<br />

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