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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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–Como si estuviera presente su dueña –murmuró, y le dio un puñado de cacahuetes.<br />

Vestía ropas domingueras, camisa blanca desabrochada, pantalones grises y sus mejores botas de<br />

pala <strong>el</strong>ástica. Ade¬más, habíase untado <strong>el</strong> bigote, que comenzaba a desteñirse, con una sustancia<br />

cosmética.<br />

Recibió, con la cortesía de un gran señor rendida a otros grandes señores, a los notables, y les<br />

explicaba qué era <strong>el</strong> t<strong>el</strong>eférico y las ventajas que significaría para la zona, agre¬gando que la<br />

Santísima Virgen, en su infinita misericordia, le había concedido las luces necesarias para llevar a<br />

término obra tan perfecta como aquélla.<br />

–Es obra de importancia –les decía–. Y difícil: hay que hallar la pendiente exacta ¡toda una ciencia!,<br />

para lo cual me estrujé los sesos durante meses sin resultado. Para los trabajos de gran alcance, no<br />

basta la int<strong>el</strong>igencia d<strong>el</strong> hombre; es menester que la ilumine <strong>el</strong> aliento de Dios. Así pues, viendo lo<br />

que yo penaba, la Santísima Virgen se com¬padeció y dijo: «Este pobre <strong>Zorba</strong> es un buen tipo; lo<br />

que realiza es en beneficio de la aldea; ayudémoslo un poqui¬llo...» ¡Y, oh, milagro...!<br />

<strong>Zorba</strong> se interrumpió, persignóse tres veces y continuó luego:<br />

–¡Oh, milagro! Una noche se me presentó en sueños una mujer vestida de negro: era Nuestra<br />

Señora. Llevaba en la mano un minúsculo transportador aéreo, no mayor que esto. «<strong>Zorba</strong>», me<br />

dijo, «d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o te traigo <strong>el</strong> proyecto realizado. Toma, ponle esta inclinación al cable y sea contigo<br />

mi ben¬dición.» Dicho lo cual desapareció de pronto. Entonces des¬perté sobresaltado; corrí hacia<br />

<strong>el</strong> lugar en que ensayaba mi invento ¿y qué veo allí? ¡Pues que <strong>el</strong> hilo había tomado por sí la<br />

inclinación exacta y olía aún a benjuí, lo que prueba que la Virgen lo había tenido en sus manos!<br />

Kondomanolio abría la boca para preguntar algo, cuando d<strong>el</strong> sendero pedregoso salieron cinco<br />

monjes montados en sendas mulas. Otro monje corría d<strong>el</strong>ante de <strong>el</strong>los con una gran cruz de leña<br />

al hombro, y gritaba. ¿Qué gritaba? No podíamos todavía distinguir sus palabras.<br />

Oíanse salmos; los monjes agitaban los brazos, se persig¬naban; los cascos de las mulas<br />

arrancaban chispas de las piedras.<br />

El monje que iba a pie llegó junto a nosotros, bañado en sudor. Alzó muy alta la cruz y exclamó:<br />

–¡Cristianos, milagro! ¡Milagro, cristianos! Los padres os traen a la Santísima Virgen María. ¡De<br />

rodillas, adoradla!<br />

Los aldeanos acudieron conmovidos –notables y obre¬ros– y rodearon al monje persignándose. Yo<br />

me mantenía apartado. <strong>Zorba</strong> me echó una mirada rápida y cent<strong>el</strong>leante.<br />

–Acércate, patrón. ¡Entérate d<strong>el</strong> milagro de la Santísima Virgen!<br />

El monje, de prisa, sofocado, comenzó <strong>el</strong> r<strong>el</strong>ato:<br />

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