Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
–¡Loado sea Dios! –exclamó, persignándose–. ¡Loado sea Dios! De golpe se envolvió en llamas <strong>el</strong><br />
monasterio. «¡Fuego de infierno!», grité con todas mis fuerzas y huí. Corrí cuanto pude, mientras<br />
oía sonar las campanas y los gritos de los monjes, y no paré de correr y correr... Ama¬neció <strong>el</strong> día.<br />
Me oculté en <strong>el</strong> bosque. Tiritaba. El sol salió; oí que los monjes exploraban <strong>el</strong> bosque buscándome.<br />
Mas <strong>el</strong> Señor tenía tendida una niebla sobre mí y no me veían. Hacia <strong>el</strong> anochecer, escuché una<br />
voz: «¡Vete hacia <strong>el</strong> mar, huye!» «¡Guíame, tú, arcáng<strong>el</strong>!», exclamé, y emprendí de nuevo <strong>el</strong><br />
camino. No sabía adónde iba, sino que <strong>el</strong> arcáng<strong>el</strong> me guiaba, a veces en forma de r<strong>el</strong>ámpago, a<br />
veces como un pájaro negro desde la copa de los árboles, a veces como sendero cuesta abajo. Y yo<br />
corría cuanto podía tras él, con entera confianza. ¡Y he aquí que en su infinita bondad me trajo<br />
hasta ti, querido hermano Canavaro! Ahora me hallo en salvo.<br />
<strong>Zorba</strong> no decía nada, pero <strong>el</strong> rostro se le dilataba en una risa muda, amplia, carnal, que le corría<br />
desde las comisuras de la boca hasta las p<strong>el</strong>udas orejas de asno.<br />
La comida estaba en su punto: la retiró d<strong>el</strong> fuego.<br />
–Zaharia –preguntó–, ¿qué es eso d<strong>el</strong> «pan de los áng<strong>el</strong>es»?<br />
–El espíritu –dijo <strong>el</strong> monje persignándose.<br />
–¿El espíritu? ¿O sea, dicho de otro modo, aire? Eso no alimenta, viejo; ven y come pan, sopa de<br />
pescado y un bo¬cado de carne para recobrar fuerzas. ¡Has trabajado bien, monje, come ahora!<br />
–No tengo apetito –dijo <strong>el</strong> monje.<br />
–Zaharia no tiene apetito, ¿pero José? ¿Tampoco tiene apetito José?<br />
–José –dijo en voz baja <strong>el</strong> monje como confiando un secreto–, José <strong>el</strong> maldito, ardió ¡gracias a<br />
Dios!<br />
–¿Ardió? –exclamó <strong>Zorba</strong> riendo–. ¿Cómo así? ¿Cuándo? ¿Lo viste tú?<br />
–Hermano Canavaro, ardió en <strong>el</strong> mismo momento en que le encendía <strong>el</strong> cirio a Jesús. Yo lo vi con<br />
mis propios ojos cuando se salió de mi boca como una cinta negra con letras de fuego. La llama d<strong>el</strong><br />
cirio se inclinó hacia él y re¬torciéndose como una serpiente quedó reducido a cenizas. ¡Qué<br />
alivio! ¡Gloria a Dios! ¡Me parece que ya entré en <strong>el</strong> Paraíso!<br />
Se levantó de junto al fuego, donde había permanecido enroscado.<br />
–Iré a acostarme a la orilla d<strong>el</strong> mar, tal como me ha sido ordenado.<br />
Dio unos pasos hacia la ribera y desapareció en la oscuridad.<br />
–Pesa sobre ti la responsabilidad de lo que le ocurra a este hombre, <strong>Zorba</strong>; si los monjes dan con<br />
él, está perdido.<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 224