Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
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»–Después de lo cual, sin postrarse, se vu<strong>el</strong>ve para mar¬charse. Pero ¡infinito es <strong>el</strong> poder d<strong>el</strong><br />
Señor! en <strong>el</strong> mismo momento <strong>el</strong> icono cruje con fuerte ruido como si se partiera en dos. Así crujen<br />
los iconos, sépalo usted ahora si antes no lo sabía, cada vez que se disponen a realizar un milagro.<br />
Mi padre lo comprendió al instante. Se vu<strong>el</strong>ve, se arrodilla ante la imagen, se persigna y exclama:<br />
«¡Pequé, Santísima Virgen, pongamos que todo lo dicho se lo llevó <strong>el</strong> viento!»<br />
»–Apenas llegó a la aldea le comunicaron la buena nueva: «Que Dios te lo conserve, Kostandi, tu<br />
mujer ha tenido un varón.» Era yo, <strong>el</strong> que ustedes ven aquí, yo, <strong>el</strong> viejo Anagnosti. Pero nací con la<br />
oreja un tanto orgullosa. Mi padre, ve usted, había blasfemado al tratar de sorda a la Virgen.<br />
«¿Conque ésas tenemos?», debe de haber dicho la Virgen. «Pues espera y verás cómo tu hijo te<br />
sale sordo ¡así aprenderás a no ser blasfemo!»<br />
Y <strong>el</strong> tío Anagnosti se santiguó.<br />
–Y eso no tiene importancia –dijo–, ¡loado sea Dios! Porque la Virgen pudo dejarme ciego o<br />
cretino, o corcovado, o si no ¡guárdanos, Dios mío, de todo mal! pudo hacer que yo naciera niña.<br />
Lo mío no es nada ¡y me postro ante su gracia infinita!<br />
Llenó los vasos.<br />
–¡Que la Virgen nos ampare! –dijo alzando <strong>el</strong> suyo.<br />
–A tu salud, tío Anagnosti. Hago votos porque vivas cien años y conozcas a tus bisnietos.<br />
El anciano vació la copa de un sorbo y se secó <strong>el</strong> bigote.<br />
–No, hijo –repuso–, con esto basta. He conocido a mis nietos, con esto basta. No hay que pedir<br />
demasiado. Me ha llegado la hora, ya estoy viejo, amigos, tengo los riñones secos, no puedo ya, y<br />
no porque me falten ganas, no puedo ya sembrar hijos. Entonces, ¿para qué quiero vivir más?<br />
Llenó de nuevo los vasos, de la faja extrajo nueces e higos secos envu<strong>el</strong>tos en hojas de laur<strong>el</strong>, y los<br />
repartió entre no¬sotros.<br />
–Todo lo que poseía lo di a mis hijos –continuó lue¬go–. Hemos pasado alguna vez por serios<br />
aprietos, pero eso nunca me afligió mayormente. En las manos de Dios está lo necesario.<br />
–En las manos de Dios está lo necesario, tío Anagnosti –dijo <strong>Zorba</strong> inclinándose hacia la oreja d<strong>el</strong><br />
anciano–, en las manos de Dios, sí, pero no en las nuestras. No nos da nada, <strong>el</strong> muy mezquino.<br />
Pero <strong>el</strong> anciano notable frunció las cejas.<br />
–¡Alto ahí, no lo maltrates, amigo! –dijo con tono se¬vero–. ¡No lo trates con aspereza! ¡Que Él<br />
también cuenta con nosotros, pobrecillo!<br />
En aqu<strong>el</strong> momento, la tía Anagnosti, silenciosa, sumisa, traía en un plato de barro las «partes» d<strong>el</strong><br />
cerdo y una gran jarra de cobre llena de vino. Dejó todo en la mesa, quedóse de pie, cruzó las<br />
manos y bajó los ojos.<br />
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