Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Por la mañana, <strong>Zorba</strong> me encontró dormido, puesta la cabeza sobre <strong>el</strong> manuscrito.<br />
VI<br />
El sol estaba alto cuando desperté. Tenía anquilosada la mano derecha de tanto escribir y no podía<br />
juntar los dedos. El temporal búdico había pasado sobre mí, dejándome ago¬tado y huero.<br />
Me incliné para recoger d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o las hojas desparramadas. No me quedaban ganas ni fuerzas para<br />
r<strong>el</strong>eerlas. Como si la impetuosa inspiración sólo hubiera sido un sueño, no quería verme apresado<br />
por las palabras, envilecido por <strong>el</strong>las.<br />
Llovía esa mañana, sin ruido, blandamente. Antes de mar¬charse, <strong>Zorba</strong> dejó encendido <strong>el</strong> brasero<br />
y todo <strong>el</strong> día per¬manecí sentado, con las piernas encogidas, extendidas las manos hacia <strong>el</strong> fuego,<br />
sin comer, inmóvil, oyendo cómo caía la lluvia suavemente.<br />
No pensaba en nada. El cerebro, hecho una bola como un topo en su madriguera, descansaba.<br />
Llegaban hasta mí leves rumores, <strong>el</strong> roer de la tierra, la lluvia que tecleaba y las si¬mientes que se<br />
hinchaban. Percibía que <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y la tierra copulaban como en los tiempos primitivos, cuando<br />
unidos como hombre y mujer engendraban hijos. D<strong>el</strong>ante de mí, a lo largo de la ribera, mugía <strong>el</strong><br />
mar y lamía la playa como fiera que saca la lengua para beber.<br />
Era f<strong>el</strong>iz y lo sabía. Mientras estamos viviendo una dicha, es raro que lo percibamos. Sólo cuando<br />
ya pasó y volvemos atrás la mirada, comprendemos de pronto –a veces con sor¬presa– cuán<br />
f<strong>el</strong>ices hemos sido. Pero yo, en esa costa cre¬tense, vivía la dicha y sabía que era f<strong>el</strong>iz.<br />
Mar azul oscuro, inmenso, que iba a bañar las costas afri¬canas. A menudo, <strong>el</strong> viento d<strong>el</strong> sur<br />
soplaba muy cálido, <strong>el</strong> livas, viniendo de lejanos arenales ardorosos. Por la mañana <strong>el</strong> mar<br />
embalsamaba <strong>el</strong> aire como un m<strong>el</strong>ón de agua; a me¬diodía, humeaba, tranquilo, con leves<br />
ondulaciones como pechos de mujer apenas dibujados; por la noche, suspiraba, tiñéndose de rosa,<br />
de color de vino o de berenjena, y al fin de azul sombrío.<br />
Me entretenía, a la hora de la siesta, en llenarme la mano de fina arena rubia y sentía cómo se<br />
deslizaba y huía, cálida y blanda, por entre los dedos. La mano, clepsidra por donde la vida se<br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 54