Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
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Al siguiente día, apenas amaneció, <strong>Zorba</strong>, sonriente, descan¬sado, me llamaba tirándome de los<br />
pies.<br />
–Despierta, patrón, que tengo que contarte mi proyecto. ¿Escuchas?<br />
–Escucho.<br />
Se sentó en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, a la turca, y empezó a explicarme de qué manera bajaría un cable t<strong>el</strong>eférico<br />
desde la montaña a la costa; nos vendría por él la madera necesaria para las gale-rías y podríamos<br />
vender la sobrante a los constructores de viviendas. Teníamos ya decidido arrendarle al<br />
monasterio un pinar de su pertenencia, pero <strong>el</strong> transporte nos salía muy caro y no hallábamos<br />
suficientes mulos. <strong>Zorba</strong> imaginó, pues, la instalación de un cable aéreo con sus pilares y poleas,<br />
todo completo.<br />
–¿Estás de acuerdo? –me preguntó al terminar la ex¬posición–. ¿Firmas?<br />
–Firmo, <strong>Zorba</strong>, de acuerdo.<br />
Dio lumbre al brasero, puso la caldera en él, me preparó café, me echó una manta sobre los pies<br />
para que no tomara frío y se marchó satisfecho.<br />
–Hoy –dijo–, abrimos una galería nueva. ¡He dado con una veta riquísima, verdadero diamante<br />
negro!<br />
Abrí <strong>el</strong> manuscrito de «Buda» y me hundí, también yo, en mis propias galerías. Trabajé hasta la<br />
noche, y a medida que ad<strong>el</strong>antaba, me sentía liberado, experimentaba una emo¬ción compleja: de<br />
alivio, de orgullo, de desagrado. Pero me dejaba dominar por <strong>el</strong> afán de trabajo, pues sabía que en<br />
cuanto hubiera dado fin al manuscrito y lo dejara atado y s<strong>el</strong>lado, estaría libre.<br />
Tenía hambre. Comí algunas uvas pasas, algunas almen¬dras y un bocado de pan. Esperaba que<br />
viniera <strong>Zorba</strong>, porta¬dor de todos los bienes que alegran al hombre: la risa clara, la buena palabra,<br />
los manjares sabrosos.<br />
Al anochecer apareció. Preparó la comida, comimos; pero su ánimo estaba distraído. Se arrodilló,<br />
hundió unos palillos en la tierra, tendió por <strong>el</strong>los un hilo, colgó de minúsculas poleas una cerilla,<br />
esforzándose por dar con la inclinación que debía tener <strong>el</strong> hilo para que no se le desmoronara<br />
todo.<br />
–Si la pendiente es demasiado pronunciada lo embroma a uno. Si es menos pronunciada de lo<br />
necesario, lo embro¬ma también. Hay que hallar la inclinación justa, sin fallar en un p<strong>el</strong>o. Y para<br />
eso, patrón, se necesita cerebro y vino.<br />
–Vino tenemos de sobra –dije riendo–, pero cerebro...<br />
<strong>Zorba</strong> estalló en una carcajada.<br />
–Hay cosas que tú también pescas, patrón –dijo mirán¬dome con ternura.<br />
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