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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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Dios mío, cuándo me será dado acostarme y dormir tranquilo! ¡Ya no doy más!» Pero hete que<br />

oye de pronto un suspiro: en la tierra, una mujercita ha arrojado de sí las sábanas, se ha salido a la<br />

terraza casi en cueros vivos, y lanza unos suspiros capaces de mover aspas de molino... Y ahí tienes<br />

a nuestro Zeus trastornado: «¡Qué miseria», exclama, «tengo que bajar nuevamente a la tierra;<br />

una mujer se lamenta y he de consolarla!»<br />

»–Tanto fue <strong>el</strong> cántaro a la fuente... Pues, señor, al fin lo dejaron huero las mujeres: con los<br />

riñones quebrados, vo¬mitando, paralítico, se murió. Entonces fue cuando su here-dero, Cristo,<br />

llegó. Vio en qué lamentable estado había que¬dado <strong>el</strong> viejo. Y exclamó: «¡Cuidado con las<br />

mujeres!»<br />

Admiraba yo la frescura de espíritu de <strong>Zorba</strong> y me des¬ternillaba de risa.<br />

–Ríete, patrón, ríete. Mas si <strong>el</strong> diablo-dios hace que nues¬tros asuntos marchen bien –cosa que<br />

dudo, ¡pero en fin!¬– ¿sabes qué tienda pienso abrir? ¡Una agencia matrimonial! Sí, viejo mío...<br />

«Agencia matrimonial Zeus». Y las desven¬turadas mujeres que no pudieron hallar marido, se me<br />

ven¬drán a montones: las solteronas, las feotas, las tuertas, las bisojas, las cojas, las corcovadas; y<br />

yo las recibiré en un bufete cuyas paredes estarán cubiertas de retratos de jóvenes hermosos, y les<br />

diré: «Escojan, señoras mías, <strong>el</strong>ijan al que más les guste y yo me encargo de las diligencias<br />

necesarias para que ese solterito sea un buen marido.» Entonces, bus¬caré a cualquier mozo más<br />

o menos parecido, lo vestiré como aparece en <strong>el</strong> retrato, le daré dinero y le indicaré: «Tal calle, tal<br />

número. Allí hallarás a una fulana, le arrastra¬rás <strong>el</strong> ala; no te muestres asqueado: yo pago.<br />

Acuéstate con <strong>el</strong>la. Dile todas las ternezas que los hombres su<strong>el</strong>en decirles a las mujeres y que <strong>el</strong>la<br />

no ha oído en su vida, pobre cria¬tura. Júrale que te casarás con <strong>el</strong>la. Procúrale un poquillo de<br />

placer a la infortunada, de ese placer que ignora y que cualquier cabra, y hasta cualquier tortuga o<br />

cualquier mosca ha gozado.»<br />

»–Y si ocurriere que alguna vieja chiva, como nuestra Bubulina ¡que Dios bendiga!, no hallara a<br />

nadie, por mucho que se le pagare, dispuesto a consolarla, pues bien, después de persignarme, yo<br />

mismo, <strong>el</strong> director de la Agencia, lo tomaré a mi cargo. Y aunque todos los tontos d<strong>el</strong> mundo<br />

digan: «¡Vea usted eso! ¡Viejo libertino! ¿Acaso no tiene ojos para ver ni narices para oler?» Yo les<br />

retrucaré al ins¬tante: «Sí tal, cáfila de burros, tengo ojos; sí, gente sin corazón, tengo narices;<br />

¡pero también tengo compasiva <strong>el</strong> alma! Y cuando late <strong>el</strong> corazón en <strong>el</strong> pecho, no hay ojos ni<br />

narices que valgan.»<br />

»–Más tarde, cuando me venzan las calaveradas y me vea impotente y me llegue la hora, Pedro, <strong>el</strong><br />

de las llaves, me abrirá las puertas d<strong>el</strong> Paraíso, diciendo: «¡Entra, pobre <strong>Zorba</strong>, entra, mártir <strong>Zorba</strong>,<br />

acuéstate ahí, al lado de tu colega Zeus! ¡Descansa, valiente, que has trajinado bastante en la<br />

tierra, yo te bendigo!»<br />

<strong>Zorba</strong> charlaba. Su imaginación le tendía lazos en que caía sin advertirlo. Poco a poco iba creyendo<br />

en los cuentos que inventaba, divertido y vibrante de emoción a la vez. Cuando pasamos por<br />

d<strong>el</strong>ante de la higuera de la Señorita, suspiró hondamente y tendió <strong>el</strong> brazo como para prestar<br />

jura¬mento:<br />

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