Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
De golpe surgió en mi recuerdo, con todas sus peripecias tragicómicas, la jornada de la víspera.<br />
Olores de violetas agi¬tadas en <strong>el</strong> aire –violetas, agua de colonia, almizcle y ám-bar–; un loro, un<br />
ser casi humano transformado en loro, que golpeaba con las alas los alambres de la jaula, al<br />
tiem¬po que llamaba a un antiguo amante; y una vieja mahona, galera desvencijada, único resto<br />
de perdida armada, que r<strong>el</strong>a¬taba remotos combates navales...<br />
<strong>Zorba</strong> oyó mi suspiro, sacudió la cabeza y se volvió hacia mí.<br />
–No hemos obrado bien –murmuró–; no, no hemos obrado bien, patrón. Te divertiste, yo también,<br />
y <strong>el</strong>la nos ha visto, la pobrecilla. Y esa manera de retirarte, sin cortejarla siquiera una pizca, como<br />
si fuera una vieja de mil años, ¡qué vergüenza! No es tener cortesía, eso, patrón, no es así como<br />
debe comportarse un hombre, permíteme que te lo diga. Al fin de cuentas, <strong>el</strong>la es una mujer, ¿no?<br />
Una criatura débil, quejumbrosa. Menos mal que me quedé yo a consolarla.<br />
–¿Qué me estás diciendo, <strong>Zorba</strong>? –respondí–. ¿Crees de veras que todas las mujeres no piensan<br />
más que en eso?<br />
–Sí, no piensan más que en eso, patrón. Escucha lo que te digo, yo que he visto cosas y las he<br />
hecho de todos colo¬res... La mujer sólo piensa en eso, te aseguro; es una cria¬tura enferma,<br />
m<strong>el</strong>indrosa. Si no le dices que la amas y que la deseas, llora. Puede que <strong>el</strong>la, a su vez, no te desee,<br />
y hasta es posible que le asquees, y que esté decidida a decirte que no. Pero ésa es otra historia.<br />
Cuantos la ven tienen que desearla. Es lo que quiere, la pobre. Entonces, ¿qué te cuesta darle<br />
gusto?<br />
»–Mira, yo tenía una abu<strong>el</strong>a que debía de andar por los ochenta años. Una verdadera nov<strong>el</strong>a la<br />
historia de la vieja aqu<strong>el</strong>la. Pero, bueno, esto también pertenece a otro capí¬tulo... Así, pues,<br />
como te digo, debía de contar ya sus ochenta añitos, y enfrente de nuestra casa vivía una joven<br />
fresca como una flor. Kristalo era su nombre. Cada sábado por la noche, nosotros, los boquirrubios<br />
d<strong>el</strong> pueblo, nos reu¬níamos para beber unas copas y <strong>el</strong> vino nos ponía alegres. Nos colocábamos<br />
una ramita en la oreja, un primo mío traía su guitarra y nos íbamos a brindarle serenatas. ¡Qué<br />
ardor! ¡Qué apasionamiento! Berreábamos como búfalos en c<strong>el</strong>o. Todos la queríamos y cada<br />
sábado por la noche íbamos en trop<strong>el</strong> para que <strong>el</strong>la escogiera.<br />
»–Pues bien, ¿lo creerás, patrón? Es un misterio que lo deja a uno azorado: existe en la mujer una<br />
llaga que no cierra nunca. Todas las llagas cicatrizan, pero ésa, a pesar de lo que te afirmen tus<br />
libracos, no cicatriza jamás. ¿Qué, aun cuando la mujer tenga ochenta años? Pues sí, señor, esa<br />
llaga queda siempre abierta.<br />
»–De manera, pues, que todos los sábados la vieja acer¬caba su jergón a la ventana, tomaba a<br />
ocultas su espejito y, ¡anda!, se peinaba las pocas crines que le quedaban, sepa-rándolas<br />
cuidadosamente con una raya en <strong>el</strong> medio. Obser¬vaba de soslayo en torno para que no la<br />
sorprendieran; si alguien se acercaba se ap<strong>el</strong>otonaba tranquilamente como una mosquita muerta<br />
y simulaba estar dormida. ¡Pero qué dormir! Si estaba esperando la serenata... ¿A los ochenta<br />
años? Ya ves qué misterio es la mujer, patrón. A mí ahora eso me da ganas de llorar. Pero en aqu<strong>el</strong><br />
E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 39