13.05.2013 Views

Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

–¡Si uno pudiera librarse! –murmuró con despecho.<br />

–¿Para ir adónde? La mano de Dios está en todo lugar. No hay salvación. ¿Lo lamenta usted?<br />

–No. Puede ser que <strong>el</strong> amor resulte <strong>el</strong> goce más intenso que se sienta en este mundo. Puede ser.<br />

Pero viendo esta mano de bronce, deseo evitarlo.<br />

–¿Prefiere usted la libertad?<br />

–Sí.<br />

–¿Y si resultara al fin que sólo cuando obedecemos a la mano de bronce somos libres? ¿Si la<br />

palabra «Dios» no tu¬viera <strong>el</strong> sentido cómodo que le atribuye <strong>el</strong> vulgo?<br />

Me miró intranquila. Sus ojos eran grises, metálicos, y sus labios secos y amargos.<br />

–No comprendo –dijo, y se alejó.<br />

Así como entonces desapareció de mi vista, lo mismo ha¬bía desaparecido de mis recuerdos. Sin<br />

embargo, vivía sin duda en mí, bajo la losa de mi pecho, y hoy, en esta costa desierta, surge de<br />

pronto desde lo íntimo de mi ser, pálida y dolorida.<br />

Sí, me había comportado mal, <strong>Zorba</strong> estaba en lo cierto. Buen pretexto aqu<strong>el</strong>la mano de bronce. El<br />

primer contacto había sido f<strong>el</strong>iz. Puesto <strong>el</strong> cebo de las primeras palabras dulces, poco hubiera<br />

costado después que nos enlazáramos y nos uniéramos en la mano de Dios. Pero yo me había<br />

lan¬zado impetuosamente en un vu<strong>el</strong>o de la tierra al ci<strong>el</strong>o, y la mujer asustada había huido de mí.<br />

El viejo gallo cantó en <strong>el</strong> patio de doña Hortensia. Ya había entrado <strong>el</strong> día, todo blancura, por la<br />

ventanuca. Me levanté de un salto.<br />

Comenzaban a llegar los obreros con picos, palancas y aza¬dones. Oía cómo <strong>Zorba</strong> estaba dando<br />

órdenes. Él se había entregado sin demora a su tarea; advertíase en él al hombre que sabe mandar<br />

y tiene sentido de su responsabilidad.<br />

Asomé la cabeza por <strong>el</strong> ventanillo y lo vi, de pie, alto y firme, entre unos treinta hombres flacos,<br />

rudos, atezados, de angostas cinturas. Tendía <strong>el</strong> brazo imperiosamente, las pala¬bras surgían de<br />

sus labios breves y precisas. En cierto mo¬mento cogió d<strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo a un menudo mocito que estaba<br />

mur¬murando y se ad<strong>el</strong>antaba vacilante:<br />

–¿Tienes que decir algo, tú? –le gritó–. ¡Pues dilo en alta voz! Los refunfuños no me agradan. Para<br />

<strong>el</strong> trabajo, es necesario estar bien dispuesto. Si no lo estás, márchate a la taberna.<br />

Entonces apareció doña Hortensia, despeinada, caídas las mejillas, sin afeites, llevando una<br />

holgada camisa poco limpia y arrastrando unas chancletas de talón torcido. Tosió con esa tos de<br />

las viejas cantantes, ronca como un rebuzno, se detuvo, lo miró a <strong>Zorba</strong> con orgullo.<br />

Enturbiárons<strong>el</strong>e los ojos. Tosió de nuevo para que él la oyera y pasó meneándose, con mar¬cado<br />

contoneo de las ancas, muy junto a él. Por <strong>el</strong> espesor de un cab<strong>el</strong>lo no lo rozó al pasar. Pero <strong>Zorba</strong><br />

E-Book Descargado de http://www.mxgo.<strong>net</strong> Página 41

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!