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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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Volví en mí y mirando a mi compañero meneé la cabeza.<br />

–<strong>Zorba</strong> –le dije–, crees ser un estupendo Sinbad <strong>el</strong> Marino y te muestras muy jactancioso por<br />

haber barloven¬teado algún tanto a través de los mares. ¡Y, sin embargo, no has visto nada, nada,<br />

nada, inf<strong>el</strong>iz de ti! Yo tampoco he visto, por otra parte. Es mucho más amplio <strong>el</strong> mundo de lo que<br />

imaginamos. Viajamos, recorremos tierras, surcamos aguas, y a la postre no hemos asomado las<br />

narices fuera d<strong>el</strong> umbral de nuestra casa.<br />

<strong>Zorba</strong> frunció los labios, sin decir palabra. Gruñó, sola¬mente, como <strong>el</strong> perro fi<strong>el</strong> cuando se le<br />

castiga.<br />

–Existen montañas –proseguí– muy altas, inmensas, pobladas de monasterios. Y en los<br />

monasterios viven monjes vestidos de amarillo. Permanecen sentados, con las piernas cruzadas,<br />

un mes, dos meses, seis meses, y durante ese tiem¬po sólo piensan en una y única cosa. ¡Sólo<br />

una! ¿Entiendes? ¡No dos, una! No piensan, como nosotros, en la mujer y en <strong>el</strong> carbón, o en los<br />

libros y en <strong>el</strong> carbón; sino que concentran todo <strong>el</strong> espíritu en una sola y única cosa, y realizan<br />

milagros. Así es como se realizan milagros. ¿Has visto, <strong>Zorba</strong>, cuando se pone una lupa a los rayos<br />

d<strong>el</strong> sol y todos los rayos se reúnen en un punto y lo inflaman? ¿Por qué? Porque la fuerza d<strong>el</strong> sol<br />

no se desparrama, sino que se concentra entera en un solo punto. Lo mismo ocurre con <strong>el</strong> espíritu<br />

d<strong>el</strong> hom¬bre. Harás milagros si concentras la voluntad en una sola y única cosa. ¿Comprendes,<br />

<strong>Zorba</strong>?<br />

<strong>Zorba</strong> respiraba agitadamente. En cierto momento se sacu¬dió como si intentara huir. Pero se<br />

contuvo.<br />

–Sigue –gruñó con voz ahogada.<br />

Pero al instante se irguió de un salto, muy erecto <strong>el</strong> cuerpo.<br />

–¡Cállate! –exclamó–. ¿Por qué me dices eso, patrón? ¿Por qué me envenenas <strong>el</strong> corazón? Yo me<br />

sentía cómodo aquí, ¿por qué me arrollas? Tenía hambre y Dios y <strong>el</strong> diablo (así me condene si<br />

establezco diferencias entre ambos) me arrojaron un hueso y yo lo lamía, agitando la cola y<br />

gri¬tando: «¡Gracias, gracias!» Pues ahora...<br />

Dio un golpe con <strong>el</strong> pie en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, me volvió la espalda, inició un movimiento como para dirigirse<br />

a la cabaña; pero <strong>el</strong> ánimo le hervía aún. Se detuvo.<br />

–¡Puf! ¡Mira tú qué bonito hueso es <strong>el</strong> que me arrojó <strong>el</strong> dios-diablo! ¡Una cochina cantante vieja!<br />

¡Una cochina barcaza desmant<strong>el</strong>ada!<br />

Cogió un puñado de cantos y los arrojó al mar.<br />

–¿Pero quién es ése –exclamó–, quién es ése que nos arroja los huesos?<br />

Esperó un momento y al no recibir respuesta, agregó:<br />

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