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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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Las tocaba un rato, al pasar, como gallo, y me marchaba. «Las marranas», me decía a mí mis¬mo,<br />

«querrían sorberme todas las fuerzas ¡que se las lleve <strong>el</strong> diablo!» Descolgué, entonces, <strong>el</strong> fusil y<br />

¡en marcha! A la montaña, como guerrillero. Un día, a la caída de la noche, me escurro en una<br />

aldea búlgara y me escondo en un esta¬blo. Era la propia casa d<strong>el</strong> pope búlgaro, feroz comitadji,<br />

bebedor de sangre. De noche se quitaba la sotana, vestía de pastor, cogía las armas e incursionaba<br />

en las aldeas griegas. Por la mañana regresaba antes que aclarara, embarrado y cubierto de<br />

sangre, y se iba a cantar misa. Unos días antes, había asesinado a un maestro de escu<strong>el</strong>a <strong>griego</strong>,<br />

mientras éste dormía en su cama. Así, pues, me meto en <strong>el</strong> establo d<strong>el</strong> pope y espero. Me acuesto<br />

de espaldas en <strong>el</strong> estiércol, detrás de los dos bueyes y aguardo. A la noche, viene <strong>el</strong> pope a darles<br />

de comer a las bestias. Me lanzo contra él y lo degü<strong>el</strong>lo como a un cordero. Le corto las orejas y<br />

me las meto en <strong>el</strong> bolsillo. Coleccionaba, entonces, orejas búl¬garas, como ves; me meto las orejas<br />

d<strong>el</strong> pope en <strong>el</strong> bolsillo y huyo.<br />

»–A los pocos días, heme de vu<strong>el</strong>ta en <strong>el</strong> mismo pueble¬cillo. En pleno mediodía. Venía como<br />

buhonero. Había de¬jado las armas en la montaña y había bajado a la aldea para comprar pan, sal<br />

y zapatos para los compañeros. Pues bien, d<strong>el</strong>ante de una casa veo a cinco chiquillos vestidos de<br />

negro, descalzos, que cogidos de la mano, mendigaban. Tres niñas y dos varones. El mayor apenas<br />

tendría diez años, <strong>el</strong> menor era aún una criatura. La mujercita mayor lo llevaba en bra¬zos y lo<br />

acariciaba y besaba para que dejara de llorar. No sé cómo, inspiración divina, quizás, se me ocurrió<br />

acercarme a <strong>el</strong>los.<br />

»–«¿De quién sois hijos, chiquillos?», les pregunto en búl¬garo.<br />

»–El mayor de los niños alzó la cabecita:<br />

»–«D<strong>el</strong> pope que degollaron la otra noche en <strong>el</strong> establo», me respondió.<br />

»–Se me llenaron de lágrimas los ojos. El su<strong>el</strong>o empezó a girar como rueda de molino. Me apoyé<br />

en la pared, dejó de girar.<br />

»–«Acercaos, niños», les dije, «venid junto a mí.»<br />

»–Saqué la bolsa de la cintura, la tenía repleta de libras turcas y de medjidiés. Poniéndome de<br />

rodillas, la vacié en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o.<br />

»–«¡Ea, tomad», les grité, «tomad, tomad!»<br />

»–Las criaturas se echan al su<strong>el</strong>o para recoger libras y medjidiés.<br />

»–«¡Es vuestro, es vuestro, tomadlo todo!»<br />

»–Y además les dejé <strong>el</strong> cesto de chucherías y baratijas. «¡Esto también es vuestro, tomadlo!»<br />

»–Y al instante tomé yo las de Villadiego. Salí de la aldea, abrí la camisa, arranqué la figura de<br />

Santa Sofía que había bordado, la desgarré, la arrojé al aire, y escapé a todo correr.<br />

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