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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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al instante hacia ti querría volar!»<br />

Doña Hortensia escuchaba f<strong>el</strong>iz, entornados los lánguidos ojos, puesta <strong>el</strong> alma en la evocación d<strong>el</strong><br />

ausente. Se quitó d<strong>el</strong> cu<strong>el</strong>lo la cinta que se lo oprimía y dejó en libertad a las arru¬gas. Callaba,<br />

sonriente. Veíase que su espíritu vagaba muy lejos, jubiloso, f<strong>el</strong>iz, sin rumbo.<br />

Marzo, hierba fresca, florecillas rojas, amarillas, malvas, aguas límpidas donde bandadas de cisnes<br />

blancos y negros se emparejaban cantando. Blancas las hembras, negros los ma¬chos de picos<br />

purpurinos entreabiertos. Las lampreas azules salían brillantes a la superficie y se juntaban con<br />

grandes serpientes amarillas. Doña Hortensia tenía nuevamente cator¬ce años, bailaba sobre<br />

alfombras de Oriente en Alejandría, en Beirut, en Esmirna, en Constantinopla, y luego en Creta,<br />

sobre <strong>el</strong> piso encerado de unos navíos... Ya no recordaba con mucha precisión. Todo se confundía,<br />

erguías<strong>el</strong>e <strong>el</strong> pecho, crujían las riberas.<br />

Y de pronto, mientras danzaba, cubrióse <strong>el</strong> mar de naves de proas de oro, de proas llenas de<br />

tiendas multicolores, de oriflamas de seda. Salía de <strong>el</strong>las una fila de bajaes con borlas áureas<br />

erectas en los feces rojos; de viejos beyes muy ricos salidos en peregrinación con manos repletas<br />

de magníficas ofrendas; de hijos de bey, imberbes y m<strong>el</strong>ancólicos. Salían también almirantes de<br />

tricornios r<strong>el</strong>ucientes y marineros de cu<strong>el</strong>los blancos y pantalones holgados. Salían jóvenes<br />

creten¬ses de amplias bragas de paño azul claro, de botas amarillas, con los cab<strong>el</strong>los sujetos por<br />

negro pañu<strong>el</strong>o. Y <strong>el</strong> último de todos, salía <strong>Zorba</strong>, inmenso, ad<strong>el</strong>gazado por <strong>el</strong> mal de amo¬res,<br />

llevando en <strong>el</strong> anular un gran anillo de boda y una corona de azahares en la cabeza canosa.<br />

De los navíos salían todos los hombres que <strong>el</strong>la había conocido en su vida aventurera, sin faltar<br />

uno, ni siquiera <strong>el</strong> viejo barquero desdentado y corcovado que la sacó de paseo una noche por las<br />

aguas d<strong>el</strong> Bósforo. ¡Todos, todos salían!, y detrás de <strong>el</strong>los ¡hala!, copulaban las lampreas y las<br />

serpientes y los cisnes.<br />

Los hombres salían y se reunían arracimados, como las serpientes en c<strong>el</strong>o, hacia la época<br />

primaveral, cuando se jun¬tan formando haces, erectas, silbantes. Y en <strong>el</strong> medio d<strong>el</strong> racimo, muy<br />

blanca, enteramente desnuda, bañada en sudor, mostrando por entre los labios sus dientecitos<br />

agudos, in¬móvil, insaciable, con los pechos salientes, silbaba una doña Hortensia de catorce, de<br />

veinte, de treinta, de cuarenta, de sesenta años.<br />

Nada se había perdido, ninguno de los amantes muerto. En <strong>el</strong> agostado pecho renacían todos<br />

<strong>el</strong>los, presentando ar¬mas, como si doña Hortensia fuera una gran fragata de tres palos y todos<br />

sus amantes –llevaba ya cuarenta y cinco años de labor– la escalaran por la borda, por los<br />

obenques, desde la cala, mientras <strong>el</strong>la navegaba, con sus múltiples perforacio¬nes calafateadas,<br />

hacia <strong>el</strong> puerto postrero, largamente, inten¬samente deseado: <strong>el</strong> matrimonio. Y <strong>Zorba</strong> adquiría mil<br />

ros¬tros: turcos, occidentales, armenios, árabes, <strong>griego</strong>s, y al estrecharlo entre sus brazos, doña<br />

Hortensia abrazaba en su totalidad la santa e interminable procesión...<br />

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