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capítulo i. siglo xvi<br />

Monterrey le ordenó al alguacil mayor y a los miembros del Ayuntamiento que, en<br />

persona, certificaran el estado de la salud pública, y con base en esa información<br />

procedió a diseñar el primer programa de limpia. Entre las variantes del servicio de<br />

limpia estuvo la vigilancia, quizá extrema, a la que se sometía al concesionario. Esta<br />

práctica se prolongó hasta finales del siglo XVI, a juzgar por una comunicación del<br />

alguacil mayor Baltazar Mexía Salmerón.<br />

De manera prácticamente simultánea, la preocupación virreinal se extendió<br />

a los ejidos al mostrar, desde 1598, no únicamente un fuerte abandono del suelo,<br />

sino también severas afectaciones en puentes y mojoneras de ejidos tan importantes<br />

como el de Chapultepec y el de Guadalupe. Para confirmarlo, el conde solicitó cuidadosas<br />

inspecciones en julio de 1598. Se encontró que el daño se había extendido<br />

a las calzadas circunvecinas, como la de San Cristóbal y la de Santiago, así como a<br />

los puentes de tránsito abundante en San Martín y Tlanepantla, donde se habían<br />

robado las vigas. También estaba presente el problema del empedrado que mostraba<br />

averías caóticas a pesar de las composturas hechas; así pues, se volvió a restringir el<br />

tipo de carretas que transitaban por las calles. No obstante, las reparaciones se enfrentaron<br />

a la escasez de materiales, la interrupción de labores municipales y la lentitud<br />

de la mano de obra, por lo cual el virrey se vio obligado a promover la innovación<br />

administrativa obligando a que las dos partes interesadas (indígenas de Cuitlahuaca<br />

y representantes de la ciudad) trataran sus asuntos directamente. Ya en marcha la<br />

programación, surgió un nuevo problema: la cantidad de obras demandaba más de<br />

2000 pesos y mano de obra que complicaba la situación; de ahí que el Ayuntamiento<br />

convino responsabilizarse de darle a los pueblos de Tenayuca, Tlanepantla, Guadalupe,<br />

Coyoacán y Atlihuca madera, clavos y cal, en tanto que las jurisdicciones<br />

correspondientes aportarían la mano de obra indígena. Pero al problema anterior le<br />

siguió otro: la ciudad continuaba hundiéndose con severas manifestaciones, como<br />

la ruptura de la red flexible de agua con tal abundancia que las fuentes secas se multiplicaron<br />

al grado de que las brigadas del Ayuntamiento, al no darse abasto en las<br />

reparaciones, le solicitaron al virrey un refuerzo de indios para las obras del agua de<br />

las pilas, además de material para los caños. Aunque de poco sirvió su apoyo, pues la<br />

reparación se hizo con lentitud.<br />

La raíz de un mal latente<br />

El intenso tráfico comercial que caracterizó a la Nueva España desde sus inicios, no<br />

solo era por mar y tierra, sino también por las acequias, que eran las vías ideales para<br />

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