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capítulo iii. siglo xviii<br />

afectación, era inmensa la carga de basura. Como solución propuso “que en lugar de<br />

gastar en nuevas cajas se utilice la vieja [cauce] y aumentar su anchura a doce varas<br />

y su profundidad a cinco”, y a la vez “evitar tapones de inmundicias, lamas ni arena, y<br />

evitar poner presas”, lo cual le fue criticado.<br />

Miguel de Rivera, maestro de arquitectura de la ciudad apoyó un tanto el proyecto<br />

de Azueta, y se inclinó un poco por el de Álvarez, sin convencerlo. Sin embargo,<br />

le propuso al virrey un nuevo proyecto, que prácticamente fue aceptado por<br />

tratarse del superintendente y obrero mayor de la ciudad, además de su fama como<br />

hombre de elevados conocimientos técnicos y “experto en geometría y matemáticas”.<br />

Se trataba del proyecto de Dávalos quien, sin desestimar la idea de Azueta de<br />

eliminar los recodos y rectificar el cauce, ni tampoco la de Álvarez de únicamente<br />

desazolvar el río y levantar los bordos, le presentó al virrey Casafuerte en 1731<br />

un extraordinario proyecto de transferencia de caudales, el primero de la América<br />

virreinal, que diera respuesta a muy largo plazo al problema de las inundaciones<br />

provocadas por el Guadalupe.<br />

Dicho proyecto comprendía básicamente tres aspectos: la apertura de un nuevo<br />

cauce de doce varas de ancho y cinco de profundidad para ayudar a aliviar al de los<br />

Remedios, y conducir el caudal excedente en la época de avenidas; la transferencia<br />

de caudales para el control de las avenidas mediante la construcción de otro cauce<br />

“desde San Jerónimo hasta Santiaguito, de doce varas de ancho y cinco de profundidad<br />

para de ahí, ampliar el cauce del Tlalnepantla a veinticuatro varas de ancho y<br />

cinco de profundidad hasta el santuario de Guadalupe, dirigiendo todo por tierras<br />

de los naturales de los pueblos de los Reyes, Iztacala y Santiaguito”; y fomentar una<br />

campaña de concientización y manejo del agua de los ríos.<br />

Al saber de la afectación necesaria de su proyecto al ecosistema del río y a los<br />

intereses de los pobladores ribereños, no estructuró la respuesta de transferencia<br />

sin antes auscultar el parecer de los vecinos, quienes apoyaron la proposición. No<br />

deja de extrañar la similitud del problema fluvial del Guadalupe y del Bizencio en<br />

la Toscana, acerca de las respuestas de Azueta, Álvarez y Dávalos, con las de Bartolotti<br />

y Galileo, así como de la inquietud del marqués de Casafuerte y el duque<br />

Cósimo II.<br />

El Bizencio “amenazaba (1630) con crecidas súbitas que resultaban en roturas de<br />

bordos en los meandros y las consiguientes inundaciones.” Como respuesta, Bartolotti<br />

propuso enderezar la parte baja del río, reemplazando el tramo de meandros por otro<br />

rectilíneo. La rectificación tendría doble ventaja: evitar el remanso en los codos y aumentar<br />

la pendiente del cauce; “así se incrementará la velocidad de la corriente”.<br />

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