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capítulo iii. siglo xviii<br />

del norte. Eso hizo que el virrey procediera de inmediato a ordenar la construcción<br />

de un albarradón desde el puente de Galve hasta la albarrada principal. Después le<br />

solicitó al corregidor, acompañado del escribano mayor, del alarife mayor, de diversos<br />

maestros de arquitectura y otros peritos, que inspeccionara las áreas afectadas a<br />

fin de tomar providencias. Primero se desvió el río de los Morales y el Sanctórum.<br />

También se les pidió que vieran los ríos de Coyoacán y de los Remedios, que aún<br />

cuando todavía no se desbordaban, amenazaban con hacerlo y poner en riesgo a la<br />

ciudad. Ante lo álgido de la situación, el duque convocó a una junta donde se plantearan<br />

acciones que consideraran la opinión de los propietarios. El asunto se discutió,<br />

y se resolvió formar brigadas: “al marqués de Altamira, gobernador del estado y<br />

del Valle y Villa de Coyoacán, y Pedro Carrasco, el reparo del río de Coyoacán, así<br />

mismo el pueblo de Mexicaltzingo e Iztapalapa con sus compuertas”. El corregidor<br />

se responsabilizó de proseguir con la recuperación de los ejidos de Chapultepec, San<br />

Antonio y las Huertas; y para ejecutar las diligencias se necesitaron maestros de arquitectura<br />

y ministros que les asistieran, y se le dio cuenta de todo esto al virrey.<br />

Se visitaron los pueblos de Guadalupe, la laguna de Peñol, el río de los Remedios,<br />

acequias y demás parajes por donde acometió el agua, de lo que se concluyó<br />

que se necesitaría la limpia, reparación y conservación de la obra pública. No obstante,<br />

lluvias intermitentes entorpecieron los trabajos y pusieron una vez más en<br />

grave riesgo a la capital. El río de Coyoacán, al romperse, acrecentó la gravedad de<br />

los ejidos de la Piedad. Los dueños de huertas y labores de Santo Tomás, Coyoacán<br />

y Tacubaya demandaron respuestas inmediatas. Tras una visita ocular se le informó<br />

al virrey que se necesitarían zanjas, reparación de arcos por donde se conducía<br />

el agua, limpieza y, en general, la conservación de obras públicas para evitar una<br />

posible inundación de la ciudad.<br />

No resultaba factible para el virrey, una vez retomado el asunto, que el daño hubiera<br />

sido tan severo en el pueblo de Guadalupe, por lo que ordenó que se investigara<br />

la razón. Muy rápido se enteró de que la causa era la toma ilegal de caudales mediante<br />

diques de céspedes, piedras y vigas de 8 varas de largo que provocaron taponamientos.<br />

Los daños fueron considerables al abarcar distancias tan lejanas, como las desembocaduras<br />

de los ríos Tlalnepantla y de los Remedios. El temor a nuevas inundaciones<br />

obligó a tomar decisiones que antecedieron una programación preventiva: se quitaron<br />

los embarazos de madera que taponaban la madre del río Tlalnepantla, se reforzaron<br />

albarradones, se abrieron nuevos portillos de 20 varas a fin de que corrieran con más<br />

desahogo las aguas hacia la laguna del Peñol y se limpiaron cauces azolvados por la<br />

basura y tierra.<br />

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