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capítulo iii. siglo xviii<br />

en buenas condiciones. Finalmente, acerca del Cuautitlán, indicó que era muy necesario<br />

cuidar su limpieza y procurar retener las aguas en los lugares más elevados, y<br />

construir para ello cuantos receptáculos fueran posibles.<br />

El virrey también atendió las obras hidráulicas del interior, cuyos intendentes no<br />

podían realizar. Un caso fue el desagüe de la laguna de Lerma, en la que la desecación<br />

podría ser hecha con facilidad y poco gasto; y una vez desecada estaría en condiciones<br />

de sembrar una gran extensión de tierras. El proyecto no se llevó a cabo.<br />

Las torrenciales lluvias de los días 17 y 18 de junio de 1792 hicieron serios<br />

estragos en la traza urbana y en la periferia. El virrey le comunicó al ingeniero<br />

Constanzó que había daños en el camino de Vallejo. Constanzó señaló que la<br />

causa de las averías era que la calzada estaba a nivel menor, por tramos, de los<br />

campos circunvecinos. Así pues, recomendaba elevar la carpeta una vara, y darle<br />

18 varas de amplitud, sembrar árboles para fortalecer los bordes, e incorporar<br />

arena y tierra para el terraplenado, a fin de darle consistencia permanente. Por su<br />

parte, el intendente Bonavía consideró necesario visitar los ríos de los Remedios,<br />

Tlalnepantla y Arroyo Hondo, que por carecer de “caja de agua” inundaban los<br />

caminos. Vallejo era uno de los tránsitos más abundantes, por ello debía tener 18<br />

varas de ancho. Esto no es de extrañar, ya que las calzadas eran bastante amplias,<br />

por ejemplo, la Piedad, incluidas las zanjas adyacentes y la calle central, era 15<br />

varas más ancha que la de Chapultepec; esta, de tránsito en dos bandas de 15<br />

cada una, tenía como división la arquería. La longitud propuesta para reparar<br />

la de Vallejo daba 1350 varas. En cuanto al interior de la ciudad, la afectación<br />

de junio de 1792 alcanzó niveles alarmantes, como en las calles de Plateros, San<br />

Francisco, San José el Real y Espíritu Santo. En los templos de San Bernardo,<br />

Jesús María, la Merced, San Diego y San Francisco las bancas flotaron, mientras<br />

que los conventos, en su mayoría, se inundaron, y en la iglesia de las Capuchinas<br />

y en la capilla de los Riojanos nadaba el entarimado. El teatro del Coliseo se<br />

inundó en plena función, aunque no hubo víctimas gracias a la evacuación ordenada<br />

de los asistentes por las puertas de emergencia. Casas y tiendas sufrieron<br />

también los efectos de la inundación, al grado de que se levantó una relación<br />

certificada a cargo del notario Francisco Javier Benítez. En las bodegas la afectación<br />

fue física y económica, como en el caso de Antonio Velasco, comerciante<br />

de azúcar, quien calculó su pérdida en más de 1000 pesos.<br />

Por su parte, el virrey ordenó que se encontrara la razón de semejante catástrofe,<br />

respuesta que le hizo llegar el escribano Francisco Javier Benítez el 19 de<br />

junio de 1792. El daño se debía a dos factores: la obstrucción y el hundimiento<br />

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