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ingeniería en méxico, 400 años de historia<br />

Prevención de desastres<br />

Al saber la administración del marqués De Croix de lo temible que era el Cuautitlán,<br />

el virrey le pidió en 1767 al ingeniero Ricardo Aylmer un cuidadoso estudio del estado<br />

de dicha vía fluvial. Aylmer le informó que las bóvedas no tenían capacidad suficiente,<br />

en caso de lluvias inusuales, “al correr por socavón nada menos que 1,569 varas, y ser<br />

alimentado por la multiplicidad de los vertederos de las montañas”. Había también que<br />

tener cuidado con la delgadez de las paredes de las bóvedas y de enlosar el piso de estas<br />

para seguridad de los cimientos, a fin de poder soportar el caudal de las aguas, por lo<br />

que sugería dejar el cauce a cielo abierto y ensancharlo en más de diez varas, y nivelar<br />

un declive adecuado.<br />

La impresión del virrey, a su arribo a la capital, fue que los excrementos humanos<br />

habían convertido a la ciudad de México en “una enorme cloaca”, producto de la inobservancia<br />

de las normas sanitarias impuestas por sus predecesores. No podía entender<br />

cómo la mayor parte de los vecinos y la servidumbre simplemente abrían el portón de<br />

sus casas y arrojaban a la calle “las inmundicias”. Ante esa situación, uno de sus primeros<br />

bandos, el de 26 de octubre de 1769, con veintiún artículos, establecía la obligatoriedad<br />

del uso de letrinas en todas las casas, que debían fabricarse en lugares apropiados y sobre<br />

un pozo, el cual tendría en la boca una tapa móvil y en el cuello de su circunferencia “un<br />

cañón que subirá hasta la azotea, y por medio de él, los efluvios”. Con ello se innovó, tal<br />

vez a nivel mundial, el uso de respiraderos para excusados. Se dispuso a partir de ese momento<br />

que hubiera un espacio dentro de las habitaciones para “defecar y para el manejo<br />

de los excrementos”, y en cuanto a las vecindades, que todas contaran con letrinas en las<br />

viviendas, o bien en los zaguanes, y que en el caso de las accesorias también se instalara<br />

una. Es de creerse que, en cierta forma, dichas medidas contribuyeron al cambio de infraestructura<br />

inmobiliaria de gran calidad que caracterizaría al siglo XVIII.<br />

La afluencia de pobladores a la traza urbana y la concentración educativa, social,<br />

comercial y económica hicieron que la capital fuera ampliando sus áreas privilegiadas,<br />

lo que en cierta forma favoreció los intereses e ingresos del Ayuntamiento al<br />

construir casas en lugares bastante céntricos, como en la calle de Monterilla (hoy<br />

Cinco de Febrero), destinadas en su mayoría a rentas.<br />

Dependiendo del sitio, el estudio de solicitudes se tornó más cuidadoso. Así sucedió<br />

con la calzada del Calvario (hoy av. Juárez), cuyos lotes de 30 varas de largo por<br />

7 de ancho “sólo eran para las casas que se están construyendo frente a la Alameda”.<br />

Así pues, las peticiones a espaldas de estas se denegaban por ir en contra de los intereses<br />

del Cabildo, más aún cuando se trataron de ocupar sitios destinados al ejido del<br />

Calvario en la parte trasera del convento de San Diego.<br />

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