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ingeniería en méxico, 400 años de historia<br />

En 1691 unas lluvias de intensidad poco común para abril y cada vez más frecuentes<br />

derivaron en una misa solemne y procesión del Santo Cristo de Totolapa el viernes<br />

27 de ese mes. Y aunque coincidentemente se interrumpieron, el conde se alarmó<br />

cuando el miércoles 9 de mayo el río de los Remedios se desbordó y se ahogaron<br />

algunas personas.<br />

A lo largo del mes las lluvias retomaron su curso normal, y tras dos semanas sin<br />

precipitaciones, el miércoles 13 de junio en la madrugada, tuvo lugar un impresionante<br />

temblor seguido por una lluvia fuerte de tres días a partir del jueves 14, día del Corpus<br />

Christi. Días después, una abundante cantidad de aguaceros hinchó de manera alarmante<br />

el volumen de los ríos, en especial los del rumbo de Chalco. Ante ese panorama,<br />

el virrey, preocupado por el peligro que corrían los ciudadanos, le ordenó al alcalde de<br />

Chalco que “hiciera los reparos en los boquerones y portillos del albarradón, o bordo<br />

del río, por los cuales huye el agua, y limpiara los azolves del río para que corriera sin<br />

dificultad a su antiguo destino”. La erogación se sufragaría de dos formas: en el aspecto<br />

económico, por los dueños de ingenios y haciendas, así como por aquellos que se beneficiaban<br />

de sus aguas; y con relación a la mano de obra, por indígenas que debían acudir<br />

ante el alcalde, llevándole “vigas, estacas, céspedes, y lo demás necesario”.<br />

Las precipitaciones retomaron su ritmo y con ello la tranquilidad pública hasta<br />

el 23 de agosto cuando después de un eclipse “cayó en los trigos y maíces sembrados,<br />

una plaga que llamaron chahuistle que era un gusano en la raíz”. Como era de esperarse,<br />

las cosechas escasearon; en consecuencia hubo hambre y mortandad en toda la<br />

Nueva España. Sin embargo, el virrey, al saber la coincidencia de que tras una sequía<br />

se presentaba una inundación, le prestó toda su atención al desagüe, aunque nada<br />

pudo hacer al respecto, y transcurrió casi un año en inútiles discusiones, hasta que<br />

a principios de 1692 le solicitó a Diego Rodríguez que llevara a cabo una vista de<br />

ojos al desagüe. Rodríguez “entró al socavón” el 2 de febrero, lo midió y reconoció<br />

todas las bóvedas. Más tarde detectó la recuperación que necesitaba la laguna de San<br />

Cristóbal y sus compuertas, y finalizó con el reconocimiento del claro de la bovedilla<br />

y los reparos que se podían realizar.<br />

Así transcurrió el año, hasta que lluvias de verano azotaron de manera sobrecogedora<br />

tanto al valle de México como al de Puebla, al grado de que las tierras de trigo de<br />

temporal y de riego tomaron la presencia de lagunas. En la ciudad de México llovió<br />

bastante del 10 al 22 de julio; según Sigüenza y Góngora “no era ponderable calificarla<br />

[…] Nadie entraba a la ciudad por no estar andables los caminos ni las calzadas; faltó el<br />

carbón, la leña, la fruta, las hortalizas, las aves y cuanto se conduce de afuera todos los<br />

días”; que “Las casas se llovieron sin hallarse modo de remediar sus goteras. Algunas<br />

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