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capítulo iv. siglo xix<br />

Días después se criticó públicamente el artículo IV del bando, en el que se advertía<br />

que el carro nocturno no volvería a pasar, como medida coercitiva de instalar<br />

atarjeas. A fin de acallar la ola de críticas y quejas de la ciudadanía, el gobernador<br />

del Distrito le solicitó pareceres a la Escuela de Medicina y al propio Ayuntamiento.<br />

Al no recibir contestación, dispuso: “Artículo único; se suspenden hasta nueva<br />

determinación de este Gobierno, todos los efectos del bando sobre construcción de<br />

letrinas y albañales, publicado en 10 de septiembre del presente año”.<br />

Las demandas públicas, al igual que la evacuación de aguas residuales, fueron cada vez<br />

más grandes, por lo que hubo necesidad de ampliar la red de albañales, aunque en nada<br />

varió la situación. Entre las sugerencias de particulares se encuentra la del señor Defontaine,<br />

quien propuso un sistema que, en el caso de las excretas, las cajas de depósito no fueran<br />

subterráneas por ser incompatibles en un subsuelo como el de México, cuyo freático<br />

estaba muy alto; de ahí la necesidad de “establecer en cada casa un aparato móvil limpio y<br />

desodorizado, de tal manera que aun dentro de las habitaciones no despida olores.<br />

La tecnología desarrollada no fue escasa, ya que siempre se mantuvieron las innovaciones<br />

mexicanas que podrían aplicarse en la mayor parte de las ciudades de la<br />

república con problemas similares a los de la capital. En ese sentido, Manuel de la<br />

Sierra propuso un sistema de limpia antiepidémico adaptable a los carros en uso, que<br />

“a pesar de ser muy económico contribuiría a la salud pública por ser de aplicación<br />

directa a la limpia de atarjeas, conducción de basuras, sustancias pútridas, animales<br />

muertos, y materias fecales, sin que envenene a la atmósfera”.<br />

El sistema consistía en carros de línea estética integrados por cuatro cajas cada<br />

uno. Una ventaja adicional eran sus cuatro ruedas, que libraban totalmente del peso<br />

a los animales en razón de su “lanza”, y la ubicación de las guarniciones, que le daban<br />

libertad de movimiento a las dos acémilas al tirar a la perfección, y sin gran fatiga<br />

con el mismo paso que un “espress”; así desaparecerían los carros antiguos o “focos<br />

ambulantes de infección”.<br />

Hacia finales de la centuria, en 1895, el 31 de diciembre Alberto Noack, Charles<br />

M. Barnett y Stephan Kaslowsky, norteamericanos, solicitaron la concesión de limpia<br />

de la capital con la promesa de hacerla de igual manera como se hacía en Londres,<br />

París, Berlín y Nueva York, con el empleo de mejores y más novedosas máquinas<br />

para barrer y carros para regar. Dichos norteamericanos iban a establecer una empresa<br />

para aseo y riego de la ciudad, “bajo el régimen de servicio particular, por medio<br />

de retribución privada”.<br />

Colateralmente al problema de los miasmas, producto de las inmundicias en las<br />

atarjeas, comenzaron a presentarse quejas a mediados del siglo por la presencia de una<br />

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