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capítulo iii. siglo xviii<br />

los indígenas se negaron al llamado; igual sucedió con los de Santiago. Esto agravó la<br />

situación, pues según el marqués Del Valle, regidor, esos operarios eran indispensables<br />

ante la alarmante necesidad de recuperación de todas las calzadas, las acequias y los<br />

puentes. No solo fueron los fenómenos naturales los mayores agresores, sino también<br />

estuvieron los propios beneficiados. En este sentido, la calzada de Vallejo, que hasta<br />

1728 se mantuvo en buenas condiciones, empezó a ser afectada por los vecinos que la<br />

rompieron para sacar piedra y con ella reparar el acueducto de Guadalupe.<br />

Pese al empeño del virrey, lo más que pudo lograr fue concentrar la atención<br />

hacia las conflictivas calzadas de San Cosme y Chapultepec; la primera requirió<br />

mantenimiento desde la Mariscala hasta la Tlaxpana, y la segunda, desde la penúltima<br />

ermita del Santo Calvario a la arquería cercana al convento de las Recoletas de<br />

Nuestro Señor San Francisco. Esto lo retomó Vizarrón en 1740.<br />

La inundación de 1724<br />

La inundación de 1724 renovó la inquietud de las autoridades por prevenir desastres,<br />

para lo que se pidió un informe acerca de los ríos Azcapotzalco y Guadalupe, sobre<br />

todo en la zona de los ejidos. El responsable del reconocimiento fue el ministro togado<br />

y oidor de la Real Audiencia, Juan Olivar de Rebolledo, “entendido en principios de<br />

hidrometría”. Su labor fue cuidadosa, al grado de que el virrey, en persona, acudió al<br />

reconocimiento. Cuatro meses después el estudio se completó. En él se manifestó que<br />

el azolvamiento era resultado de la “caja” del río de los Remedios que, en la confluencia<br />

con el Guadalupe, no se daba abasto para recibir las aguas de ambos ríos. Se señalaba en<br />

el documento que a partir del puente de esa confluencia “había catorce varas de latitud<br />

al río Guadalupe; pasa por la hacienda de Aragón y va tan oblicuo hasta la primera<br />

presa de Aragón […] y […] descenso de media vara”. Erróneamente Rebolledo, a quien<br />

se le encomendó la obra, consideró que la solución consistiría en reparar únicamente<br />

el cauce del Guadalupe, sin tomar en cuenta que la pendiente era casi nula, y que en<br />

lugar de limpiar su fondo, saturado de basura y azolve, propuso “darle al río, de ancho<br />

lo que habría de darse de profundo”, mediante el aumento por secciones del cauce de<br />

14 a 16 varas, aproximadamente, a partir del puente de Guadalupe, “junto al antiguo<br />

albarradón, que al parecer venía directamente desde San Cristóbal a la ermita de San<br />

Lázaro, y de allí a la Coyuya y al pueblo de Mexicaltzingo.” La razón de ensanchar el<br />

cauce era para “reforzar los bordos de la parte sur y así evitar derrames”. Respecto a los<br />

ojos de agua, dos no eran suficientes y debió aumentarse cuando menos uno “para la<br />

continencia y corriente libre de sus aguas”.<br />

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