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capítulo iii. siglo xviii<br />

inundación debía recibir atención inmediata para detener las aguas de la laguna de<br />

Zumpango, del desagüe de Huehuetoca y de otros derrames, y evitar que se juntaran<br />

con las de “Tezcuco” e inundaran la capital. La otra calzada reconstruida fue la de<br />

San Antonio Abad, que se encontraba “totalmente arruinada e intransitable”, para lo<br />

que fue imperioso reconstruirla en más de legua y media.<br />

Como una modalidad, se aprovecharon la mano de obra y los materiales para trazar<br />

nuevas vías. Así surgió la calzada de la Candelaría, con trayectoria de la garita de<br />

San Lázaro para entroncar con la calzada de San Antonio Abad, y que contaba con<br />

cuatro puentes. Una más, fue la vía que partía desde “el puente de la Mariscala (hoy<br />

av. Hidalgo y eje Lázaro Cárdenas) hasta el palacio de Chapultepec, con su parte de<br />

arquería para el tráfico común”.<br />

Respecto al paseo de la Viga, el conde ordenó que se compusiera hasta lograr una<br />

calzada con toda comodidad, y sembrar árboles en su orilla “para hacer un verdadero<br />

paseo”, al mismo tiempo que incluyó en el arreglo al de la Piedad. De hecho, la última<br />

obra municipal del conde fue la reconstrucción de la calzada que conectaba el<br />

barrio de Santiago Tlatelolco con los pueblos de Tacuba y Azcapotzalco, en la que<br />

se levantaron dos puentes.<br />

Las acequias y los Acueductos<br />

Cuando el conde se informó de que la longitud total de la red de acequias ascendía<br />

aproximadamente a las 22 363 varas, y que en su mayoría se encontraban invadidas<br />

de basura, lo que entorpecía el paso de canoas y a la vez afectaba la salud pública,<br />

emitió dos disposiciones. La primera fue procurar que las compuertas de las siete<br />

acequias que descargaban en el lago de Texcoco invariablemente se abrieran por las<br />

mañanas para efectuar el desagüe de la ciudad, e impedir que por las tardes “se metiesen<br />

en ésta el agua de la laguna, los vientos nortes que solían soplar”. La otra, dividir<br />

la ciudad en cuatro cuarteles, cuya limpieza “se remataría en otros tantos asentistas”,<br />

cada uno obligado a mantener tres carros que recogerían diariamente las basuras;<br />

evitar los muladares que había por todas partes en la ciudad; nivelar y empedrar las<br />

calles; y desaguar las casas por medio de un albañal construido de piedra de Chiluca<br />

o de Tenayuca, cuyo cañón, de una sesma de ancho, se hallaría cubierto junto a la<br />

pared en una vara, “sin que su gordo desigualarse el empedrado”. Se preveía en el<br />

documento que ninguna persona o comunidad “desaguara los lugares necesarios e<br />

inmundos en las calles, y a fin de evitarlo, se construirían atarjeas para ello, y las que<br />

hubiera hechas se taparían, obligándose a los vecinos y conventos hiciesen su limpia<br />

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