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Untitled - Folklore Tradiciones

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Temas de Patrimonio Cultural 4<br />

No puedo menos que asumir aquí una identidad algo escindida, entre mi<br />

trabajo y vocación de escritor, y mis responsabilidades y frustraciones como<br />

funcionario público. A pesar de esa escisión, no siempre pacífica, en este caso<br />

me permito decir que el escritor y el funcionario coinciden plenamente. El tema<br />

de la lengua es central. Es central para el escritor, porque constituye su instrumento<br />

de labranza y a la vez la tierra en que siembra; y para el funcionario (digamos,<br />

para acotar, el funcionario cultural), porque, frente a la expansión del mundo<br />

global, la cuestión de la lengua es un asunto político y estratégico de primer nivel.<br />

Desde el punto de vista del escritor, la única manera de defender y preservar<br />

la lengua consiste –y perdonen la simpleza- en escribir bien. Claro que escribir<br />

bien no es una mera cuestión de respeto a normas gramaticales y sintácticas.<br />

Escribir bien implica un amplio abanico de posibilidades que va desde la modesta<br />

aunque nada despreciable hazaña de exponer por escrito con sencillez y precisión<br />

hasta la intervención innovadora en la lengua que representa la aventura expresiva<br />

de los grandes poetas y prosistas. Escribir bien es, en realidad, un acto ético,<br />

acompañado por el placer estético y articulado en el deseo de la comunicación.<br />

Escribir bien es también un hecho histórico: nos incluye conscientemente, con<br />

mayores o menores méritos, expuestos al balbuceo o a la repetición, en la tradición<br />

de todos los que han escrito en nuestra lengua. Aun como humildísimos furgones<br />

de cola, formamos parte de la misma serie, de la misma caravana que integran el<br />

Arcipreste de Hita, Lope de Vega, Sor Juana, Sarmiento, Antonio Machado,<br />

Cernuda, Borges y José María Arguedas. Nuestra lengua, como queda dicho, es<br />

el español, y dentro de sus dominios ejercemos el español rioplatense, variante<br />

que no tiene nada que envidiar a sus hermanas de la península madre o del resto<br />

de América. El escritor, entonces, sostiene que se trata, en última instancia, de<br />

escribir bien. No hay mejor manera de defender el idioma. Y se aprende a escribir<br />

bien –por supuesto, en la acepción extendida y ampliada de escribir bien- en<br />

casa, en la escuela y en la biblioteca. Se aprende a escribir escribiendo y, sobre<br />

todo, leyendo. Se aprende a escribir y a leer cuando los maestros y los profesores<br />

nos inculcan el amor y el conocimiento de la escritura y de la lectura, abandonando<br />

los estúpidos métodos didácticos que reniegan de los libros y los sustituyen con la<br />

cháchara audiovisual.<br />

Este es el punto de partida: que todos, de alguna manera, seamos escritores<br />

y lectores, y defendamos la dignidad de nuestra lengua desde cualquier soporte o<br />

acto de comunicación. Una carta, una conversación telefónica, un informe por<br />

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