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Untitled - Folklore Tradiciones

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Primeras Jornadas “Nuestra lengua, un patrimonio”<br />

cuando justamente ese era el problema, que no hablaban el español, que no<br />

hablaban el castellano.<br />

A los estudiantes de periodismo suelo decirles que si hacen una nota sobre<br />

chicos no la llenen de diminutivos, porque los chicos no usan más diminutivos que<br />

los adultos, y en última instancia, si tienen que hacer referencia a cuestiones de<br />

tamaño utilicen otros recursos más originales y que de paso muestren su<br />

perspicacia y su capacidad de observación.<br />

Pero si las que están hablando son las pastoras de la Puna, o de la Quebrada<br />

de Humahuaca y dicen comadrita, mis ovejitas, mis llamitas, mi maicito, el respeto<br />

por los diminutivos demuestra una visión de su mundo, refleja la ternura que<br />

subyace bajo personas que son aparentemente rudas y poco expresivas.<br />

Recuerdo en QuitiIipi, cubriendo las inundaciones del 98’ en el Chaco, una<br />

mujer, una campesina que me contaba qué era lo que había perdido y decía mis<br />

gallinitas, el algodoncito. No era que tenía gallinas pigmeas, sino que tenía muy<br />

pocas y encima le habían quedado menos. Algodoncito era simplemente que<br />

apenas tenía una hectárea de algodón y que le había quedado bajo el agua.<br />

Entonces está diciendo muchas más cosas de las que dice el simple diminutivo.<br />

Es decir, el periodismo, en el lenguaje en general, uno más uno no es dos,<br />

significa muchas cosas más.<br />

Ahora, al mismo tiempo que brinda más información y más precisa, el<br />

respeto escrito por el habla aún a costa de publicar lo que diccionarios y gramáticas<br />

consideran errores en su conjunto hacen a la preservación de la riqueza del<br />

lenguaje.<br />

Si un evacuado por las inundaciones en Barranqueras, en el Gran<br />

Resistencia, nos dice que vive de la pesca y que lo que más encuentra en el<br />

espinel son “moncholos”, habrá que encontrar el modo de explicar sin obstruir la<br />

fluidez de la redacción que está hablando de bagres, porque traducir su declaración<br />

sería como maquillar a cualquier persona que se entreviste en un noticiero de<br />

televisión o en cualquier programa documental. No podemos maquillar las<br />

palabras. Si un salteño nos habla de los “rococos” no podemos escribir sapos,<br />

para ellos son “rococos”, tendremos que encontrar el modo de explicar que son<br />

sapos. Si un santiagueño nos habla de los “coiúius”, tal vez ni siquiera tengamos<br />

que escribirlo con las dos “y” sino con “i” como dicen ellos. Y si un correntino<br />

que acaba de venirse a una villa del Gran Buenos Aires, porque en su provincia<br />

no encontraba trabajo, nos dice, “ahora tengo un conchabo como pa’ir tirando,<br />

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