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F. DE PAULA MADRAZD MANUAL DE ADMINISTRACION 011 21
que solo les da derechos al manejo de sus
propios negocios.
Los afanes pues del legislador deben exclusivamente
dirigirse á contener estas corporaciones
dentro de ciertos límites, acomodándolas
al espíritu y necesidades de la época actual.
Basta para esto considerar lo que son los
ayuntamientos. Un ayuntamiento ó un pueblo
es la reunion de personas que viven las unas
cerca de las otras; esta circunstancia produce
intereses comunes. Este pueblo suele tener
propiedades, y en este caso necesita quien se
las administre, y como no pueden ser administradas
por cada uno de los vecinos á la vez,
necesitan nombrar de entre sí personas á quienes
confiar este cargo. Pero además las familias
que viven dentro de aquel distrito determinado,
tienen interés en que el aire de aquellas
cercan ías no se inficione, en que haya las posibles
comodidades y reuna la seguridad y la
tranquilidad necesarias para que todos puedan
dedicarse sosegadamente á sus faenas. El cuidado
de un monte, que les proporciona maderas
de construccion y combustible para su
consumo, la limpieza de una fuente que lleva
sus aguas turbias, la desecacion de un pantano
que inficiona el aire con sus exhalaciones corrompidas,
la vigilancia de una fiesta donde se
pueden cometer excesos que alteren la paz del
vecindario, son otros tantos objetos á que
aquella pequeña sociedad debe de atender por
sí, para proporcionarse la comodidad y tranquilidad
á que tiene un derecho incontestable.
Todo lo que está encerrado dentro de este
Iimite es propio, es peculiar, es natural de las
municipalidades; todo lo que sale de esta esfera
pertenece al poder general del Estado.
No negaremos que las municipalidades fueron
en los primeros tiempos un poder poi ítico,
la necesidad les dió ese poder que ejercieron
con gran provecho de los pueblos. No pod ían
entonces encerrarse en el círculo de sus verdaderas
atribuciones; la causa que las había
creado, el motivo que había impelido á los
pueblos á estrechar esas asociaciones y obligado
á los reyes á concederles ciertos privilegios,
exigian que estas municipalidades se
encargaran de la tranquilidad, de la libertad
civil, de la seguridad de las personas y del respeto
á las propiedades. Para esto necesitaban
crear milicias locales que al mismo tiempo
que ayudaban á los reyes en las guerras contra
los enemigos de la religion, les servian de barrera
contra el orgullo de la nobleza, libertándoles
de sus ataques ambiciosos y de su infuencia
siempre terrible. Los alcaldes de los
pueblos enarbolando la enseña de su Consejo
acaudillaban sus fuerzas, las dirigían en el
combate y las volvian á organizar en la derrota
ó les
repartian el botin de la victoria. Unas
veces conduciendo sus vecinos á la guerra,
otras decidiendo sus contiendas en la paz,
eran á la vez jefes militares, jueces y administradores.
Las leyes políticas, civiles y admi·
nistrativas andaban mezcladas y confundidas
en los antiguos fueros porque así lo exigian las
necesidades de los tiempos. Pero cuando el
poder central tuvo los medios suficientes para
cumplir su misión. cuando pudo atender á la
defensa y demás necesidades del cuerpo social,
cayeron por tierra las municipalidades como
poder político, dejando lugar á otras instituciones
mas progresivas y civilizadoras. Los reyes
católicos tuvieron la gloria de realizar este
gran cambio, y sabiendo aprovecharse del espíritu
de asociacion que había en las poblaciones
y poniéndose al frente de las hermandades,
hallaron los medios de dirigirlas, para dar unidad
al poder central, para aumentar el sentimiento
de nacionalidad, para disminuir el