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JESÚS MARTÍN BARBEROeconomía, política y cultura, y su sustitución por un flujo incesante y opaco que hacecasi imposible hallar un punto de sutura que delimite y cohesione lo que teníamospor sociedad nacional—, con lo que la globalización hace del tiempo: su jibarizaciónpor la velocidad vertiginosa del ritmo-marco y la aceleración de los cambios sinrumbo, sin perspectiva de progreso. Mientras toda convivencia o transformaciónsocial necesitan un mínimo de duración que “dote de orden al porvenir”, la aceleracióndel tiempo que vivimos las “sustraen al discernimiento y a la voluntadhumana, acrecentando la impresión de automatismo” (Lechner, 2000). Que diluyea la vez el poder delimitador y normativo de la tradición —sus “reservas de sentido”sedimentadas en la familia, la escuela, la nación— y la capacidad societal de diseñarfuturos, de trazar horizontes de sentido al futuro. En esa situación, no es fácil paralos individuos orientarse en la vida ni para las colectividades ubicarse en el mundo. Yante el aumento de la incertidumbre sobre dónde vamos y el acoso de una velocidadsin respiro, la única salida es el inmediatismo, ese cortoplacismo que permea tanto lapolítica gubernamental como los reclamos de las maltratadas clases medias.Lechner afina su análisis potenciando las metáforas: la sociedad no soportani un presente sin un mínimo horizonte de futuro ni un futuro completamenteabierto, esto es, sin hitos que lo demarquen, lo delimiten y jaloneen, pues no es posibleque todo sea posible (Lechner, 2000: 77). Y es entonces que las dolorosas experienciasvividas por la inmensa mayoría de los latinoamericanos necesitan ser leídas,primero, más allá de su significación inmediata, esto es, en sus efectos de sentido alargo plazo, esos que acotan el devenir social exigiéndonos una lectura no lineal niprogresiva sino un desciframiento de sus modos de durar, de sus tenaces lentitudesy de sus subterráneas permanencias, de sus súbitos estallidos y sus inesperadasreapariciones. Y segundo, más allá de lo que de esas experiencias es representableen el discurso formal tanto de las ciencias sociales como de la política, esto es, “enlas representaciones simbólicas mediante las cuales estructuramos y ordenamos laexperiencia de lo social” (Lechner, 2002: 25), la densidad emocional de nuestrosvínculos y nuestros miedos, de las ilusiones y las frustraciones.Veedurías ciudadanas y visualidades urbanasPara mantener y fomentar la identidad y las formas de comunicaciónautónomas, las comunidades debían abordar las tecnologías de comunicaciónde masas […] Pero una vez más, los movimientos sociales ylas fuerzas de cambio político pasaron por alto el potencial de estos mediosy lo que hicieron fue desconectar la televisión o utilizarla en formapuramente doctrinaria. No se intentó vincular la vida, la experiencia,la cultura del pueblo con el mundo de las imágenes y los sonidos.Manuel Castells123

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