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ENTRE LA RELIGIÓN Y LA POLÍTICA: POTENCIALIDADES Y LÍMITES DEL DISCURSO DE F. LUGOdel Concilio Vaticano ii, y el segundo acuñado por el papa Paulo VI durante la iiCelam, de Medellín.Un tercer sintagma cristalizado introduce, sin embargo, la disrupción: los“signos de los tiempos” tensan el lugar de enunciación legítimo del sacerdote y loaproximan a la figura discursiva del profeta, la cual se caracteriza precisamente por ladistancia institucional, por un tipo de autoridad basado en el carisma y por presentarsu interpretación de la realidad —los signos de los tiempos— como una norma de acciónque debe seguirse a pesar, e incluso en contra, de los enunciados institucionales.El concepto de “signo de los tiempos”, heredero del lugar teológico definidopor Tomás de Aquino, fue formulado por el papa Juan XXIII en su encíclica Pacemin Terris (1963) y sistematizado en la constitución pastoral Gaudium et Spes, promulgadapor el Concilio Vaticano II en 1965 (Cortez Morales, 2008). Algunos autoresconsideran que representa un verdadero “cambio de paradigma” con respectoal pensamiento teológico anterior (Costadoat, 2007), puesto que supone que loscreyentes —y, en particular, los teólogos y los intérpretes legítimos de la revelación—deben comprometerse con las exigencias históricas de su tiempo para realizar—mediante su acción— la dimensión escatológica de la historia. 22 Esto suponeque los sujetos deben “leer” en los hechos de la historia humana las exigencias de ladivinidad; interpretar o “discernir” cómo se realizan (y, en consecuencia, se debenrealizar) los signos del reino de los cielos en la historia humana. De este modo,los signos de los tiempos adquieren dos dimensiones mutuamente implicadas: poruna parte, un aspecto descriptivo, que requiere de una correcta interpretación delos signos del reino de Dios en la tierra; por otra, un componente normativo quecompromete a los cristianos a actuar en consecuencia (Cortez Morales, 2008).Una concepción de este tipo, enraizada históricamente y que exige un compromisoactivo de los creyentes, fue apropiada rápidamente por la Teología de laLiberación, la cual no sólo retomó la tradición de Gaudium et Spes, sino tambiénla reelaboró activamente en función de las opciones políticas contestatarias de lasdécadas de los sesenta y setenta (Costadoat, 2007).Lugo, habituado a este léxico, utiliza el sintagma cristalizado —o uno de sustérminos, que, por el entorno en que se ubica, lo activa— como una forma de dotarde trascendencia a sus decisiones de gobierno, de manera que, desde los enunciadosgenéricos acerca del destino de la Patria hasta las decisiones administrativas concernientesa las fuerzas de seguridad se encuentren justificadas y, a la vez, constreñidaspor la doble dimensión descriptivo-normativa de los “signos de los tiempos”. En loslineamientos de su programa político resuena, entonces, el lugar teológico tal como17822 Régent-Susini (2009: 66-67) señala al respecto: “El concilio restaura la antigua homilía litúrgica poniendo el acento en el íntimo vínculo existenteentre la palabra y el sacramento y en la necesidad de actualizar la Palabra de Dios por la predicación, lo que implica para el predicador unapresencia cada vez mayor en el mundo que lo rodea: ‘Para cumplir con esta tarea, la Iglesia tiene el deber, en todo momento, de examinar a fondolos signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de tal forma que pueda responder, de una manera adaptada a cada generación, alas cuestiones eternas de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre sus relaciones recíprocas. Esto implica entonces conocerverdaderamente y comprender el mundo en el que vivimos’ (Constitución sobre la liturgia).”

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